San Francisco antimoderno y el espíritu sinodal

Celebramos al gran San Francisco de Asís. Un libro que me gusta mucho citar para esta fecha se llama “San Francisco Antimoderno. Defensa del Seráfico de las falsificaciones progresistas” (Pueden ver una entrada acerca del libro aquí). El título lo dice todo. Fue escrito por Guido Vignelli y publicado en Italia en el año 2009. Allí se encarga el autor de desmentir la imagen del Francisco hippie que está en armonía con todos, como en una especie de santa diplomacia. Se lo falsifica diciendo que es «buenista», pacifista, ecumenista, filoislamico, ecologista, libertario y revolucionario, poniéndolo como modelo del hombre contemporáneo. Por ello, se suele escuchar que Francisco “se adelantó a su tiempo”.

Vignelli recuerda que el santo de Asís fue todo lo contrario. Fue “el ideal y el ejemplo de una vida vivida en total dependencia de Dios, en filial obediencia a la Iglesia, en el respeto de la sociedad y en el heroico servicio a los demás”. Caridad en la verdad diría Benedicto XVI[1].

Este año quería hablar de la principal deformación a la cual ha estado sometido San Francisco y que lo presenta como un tipo “sentimental, tonto, debilucho, cobarde, sumiso y permisivo: hoy diríamos un «buenista». Es decir, “alguien que, en nombre de una malentendida y desordenada caridad, simpatiza totalmente con los que están en el error [con los pro choice, pro LGTBQ+, antiespecistas, etc.], tanto así como para negarse a condenar y combatir virilmente el error y el pecado, terminando por hacerse cómplice, primero pasivo y luego activo”, como dice el autor.

Así, Francisco habría inventado un modelo de apostolado de puro “testimonio”, un apostolado de la propuesta, negándose a entrar en cualquier tipo de polémica, condena o prohibición. Este Francisco buenista y falsificado estaría de acuerdo con ese sector minúsculo e ideologizado de la sociedad que todo lo que es contrario a su creencia lo llama “discurso de odio”, “falta de misericordia”, “falta de apertura”.

…lo que he dicho antes no justifica la posición relativista de quien considera que en cualquier religión se puede encontrar un camino de salvación, incluso independientemente de la fe en Cristo redentor, y que en esta concepción ambigua debe basarse el diálogo interreligioso.

San Juan Pablo Magno, Audiencia 31/05/1995

1. Cristo, camino de salvación para todos

El buenismo del Francisco de Asís falsificado es el malentendido “espíritu sinodal”, que no se atreve a decir que Cristo y su Iglesia es el único camino para llegar al Padre.

Por esto es que tiene los progres a San Francisco como “el santo”, el que no atentaría contra los “tratados internacionales” o los “derechos humanos” y el que estaría a favor de la agenda 2030. Parece que esa “iglesia del buenismo” sería la única válida hoy en día.

San Juan Pablo Magno expuso esta doctrina con toda claridad en una audiencia (31/05/1995) que les recomiendo leer:

“…como escribí en la encíclica Redemptoris missio (…) «Muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia. Viven en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos casos, han sido educados en otras tradiciones religiosas» (n. 10).

2. Ahora bien, lo que he dicho antes no justifica la posición relativista de quien considera que en cualquier religión se puede encontrar un camino de salvación, incluso independientemente de la fe en Cristo redentor, y que en esta concepción ambigua debe basarse el diálogo interreligioso. No se encuentra allí la solución conforme al Evangelio del problema de la salvación de quien no profesa el credo cristiano. Por el contrario, debemos sostener que el camino de la salvación pasa siempre por Cristo y que, por tanto, a la Iglesia y a sus misioneros les corresponde la tarea de hacerlo conocer y amar en todo tiempo, en todo lugar y en toda cultura. Fuera de Cristo no hay salvación.Como proclamaba Pedro delante del sanedrín, ya desde el comienzo de la predicación apostólica: «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4, 12).”

2. ¿Cómo llegamos a este punto? Un paréntesis acerca del progresismo

El progresismo viene como pensamiento desde el siglo XIV con Guillermo de Ockham, fraile franciscano, uno de los padres del nominalismo (opuesto a Santo Tomás de Aquino) y también defensor del laicismo. Sin embargo, sus ideas fueron usadas por la filosofía moderna para caminar hacia la inmanencia de las ideas y alejarse de la realidad objetiva. Es la soberbia racionalista que piensa no depender de nada extramental y que “la verdad es que todos se adecuen a lo que yo siento”. El idealismo actual.

De cualquier manera, el progresismo comienza nocomo pensamiento y teoría, sino como espíritu y práctica. Comienza con el primer pecado del ángel más perfecto y que terminó siendo el peor, Lucifer. Todo por no querer someterse a un hombre que sea Dios encarnado. “Dios se equivoca al encarnarse en un simple ser humano, inferior a nosotros los espíritus puros”, habrá pensado tal vez. Soberbia espiritual.

Con estas dos aclaraciones se puede entender dos errores que acechan hoy a la iglesia:

La soberbia intelectual. Ya que las bases del antirrealismo actual que llevan a un relativismo totalitarista, como dirían Benedicto y Juan Pablo II.

La soberbia espiritual. Que puede llegar a pensar que Dios se equivoca, terminando en un pensamiento sedevacantista y en desesperanza por el devenir de la historia actual.

3. El verdadero Francisco

Volviendo del excursus, vemos que San Francisco era todo lo contrario a esta soberbia intelectual y espiritual. Era humilde, andaba siempre en la verdad, adecuándose a la realidad de Dios en cada instante.

Dice Vignelli que la imagen errónea de San Francisco está desmentida completamente “por su actitud viril y severa, por su doctrina rigurosa y exigente, finalmente por su vida coherente y de una pieza”. “Él usaba palabras y modos que no solo eran dulces sino también ásperos, que unía armónicamente según el caso”. Los contemporáneos decían que en la predicación “Francisco tenía en sí algo del alma terrible de San Juan Bautista (…). Él no tuvo ninguna reserva de amenazar a su auditorio con la inflexible sentencia divina” (Jorgensen, 163).

“Él no callaba acerca de los vicios del pueblo que ofendían al Señor y el prójimo. Dios le había concedido una gracia tal que cualquiera, sea humilde o poderoso, con tan solo verlo o escucharlo, lo temía por su santidad y le tenía tanta veneración que, aunque viniese regañado por él y sufriese vergüenza, aún así quedaba confortado […] y a veces volvía al Señor”. (Compilatio Perusina, 75)

“Aún más, el no se limitaba a denunciar el mal en abstracto, como hoy se usa para evitar críticas y fastidios, sino que denunciaba y condenaba el mal en concreto, es decir, a los que iban desviados y a los pecadores, especialmente si eran públicos y responsables de escándalos”.[2]

De hecho, “huía de toda componenda. No disimulaba las culpas de otros, sino que las ponía despiadadamente al desnudo [dice su primer biógrafo, Tomas de Celano]; para quien vivía en pecado no había escusa sino ásperos regaños […] Sin miedo de ser tomado en contradicción, proclamaba la verdad con tanta franqueza, que incluso los hombres doctísimos e ilustres por la fama y posición social venían presos, a su presencia, de un saludable temor”. (B. Tommaso da Celano, Vita prima dei beato Francesco, I, 15.).

“Aquellos que no viven en penitencia, […] practican vicios y pecados, y siguen la mala concupiscencia y los malos deseos de su carne […] y sus cuerpos sirven al mundo mediante los instintos carnales o solicitudes terrenas […] todos ellos son prisioneros de aquel diablo del cual son hijos y cumplen sus obras”. (S. Francesco d’Assisi, Lettera prima ai fedeli, §2.)

Esta severidad viene confirmada del estilo de gobierno que tenía San Francisco con sus mismos frailes, a los cuales no ahorraba las reprimendas y duras penitencias, no solo espirituales sino también corporales. De sus hermanos de religión disidentes o indisciplinados decía él: “Aquellos frailes que no quieran observar estas cosas, no los considero católicos ni mis hermanos, es más, no los quiero ni siquiera ver, hasta que no hayan hecho penitencia”. (S. Francesco d’Assisi, Lettera a tutto l’Ordine, §6.)

En suma, la eficacia de San Francisco está justamente en el hecho que, como escribía el Papa Gregorio IX cuando canonizó a quien fue su amigo, “el usó, la antorcha y la trompeta. La antorcha para atraer a la gracia a los humildes iluminándolos con las pruebas de las propias obras; y la trompeta, para alejar a los obstinados del mal de sus graves culpas, atrayéndolos con duras reprimendas”. (4° Gregorio IX, Mira circa nos, bolla del 19 luglio 1228 per la canonizzazione di Francesco d’Assisi; cfr. Fontifrancescane, p. 1719.)

4. El amor a la iglesia

Es hoy un buen día para pedir a Dios la gracia de tener el verdadero celo de san Francisco, quien se caracterizaba por un amor encendido a Dios y a su verdad, tanto en las obras como en las palabras. Prueba de ellos son los estigmas con los que el Señor decoró su alma y luego su cuerpo. Que podamos imitar la humildad de San Francisco, quien se sometió intelectual y espiritualmente a la voluntad de Dios.

Pidamos a Nuestro Buen Jesús que ilumine a los que guían la iglesia y también a cada uno de los bautizados para poder ser fieles al amor y a la exigencia de Cristo.


[1] https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate.html

[2] “Inoltre egli non si limitava a deplorare il male in astratto, come oggi si usa per evitare critiche e fastidi, bensi denunciava e condannava il male in concreto, ossia gli erranti e peccatori, specie se pubblici e responsabili di scandali”.

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