¿Crees que la otra persona es obstáculo para tu propia grandeza? (III: Diferencia entre celo y envidia)

Queridos amigos, continuamos desarrollando el tema de la envidia, según Santo Tomás de Aquino. Pueden ver los posts anteriores: la introducción y el desarrollo.

Antes de empezar, debemos «resetear» el concepto de celos exclusivamente como el de la pareja que está espiando las conversaciones de Whatsapp porque cree que le engaña… eso podría ser un tipo de celos, pero no es todo. Veremos.

Adelantamos la respuesta acerca de la diferencia entre envidia y celos:

La envidia es distinta a los celos porque siempre es mala, en cambio, puede haber un celo bueno proveniente del amor de amistad

Pasamos al desarrollo que hace Santo Tomás en la II-II, cuestiones 28 y 36:

1. El celo es ponerte triste. Pero no porque el otro tenga un bien, sino porque no lo tienes tú. Esa tristeza es buena cuando es un bien honesto, pero podría ser mala cuando es un bien temporal.

Recordemos que la envidia es entristecerte porque el otro tiene un bien y piensas que teniéndolo él, tú serás menos considerado. Cuando sientes envidia no te importa si tú tienes o no ese bien, tampoco si es bueno en sí mismo o no, lo que importa es que el otro lo tenga… porque eso te hace hervir la sangre.

En cambio, cuando hablamos de celo, nos referimos a que te entristeces al ver que tú no lo tienes, y aquí si importa si es un bien bueno en sí mismo o no. Lo que te preocupa no es que seas considerado menos, como en el caso de la envidia, sino que no tengas tú ese bien. Y eso es lo que te pone triste.

Además, puede ser un bien honesto, es decir, algo bueno en sí mismo. Por ejemplo, una virtud, inteligencia, una familia, una esposa o enamorado super católico, etc. En este caso, el celo es bueno. Porque estás queriendo emular al prójimo en algo bueno en sí mismo, sin caer en entristecerte por su «éxito» o deseándole el mal.

Nunca está de más recordar que esa tristeza tiene que estar dentro de los límites de lo racional para que no sea un desorden.

Así lo dice Santo Tomás:

(IIª-IIae q. 36 a. 2 co.) “se puede tener tristeza del bien ajeno no porque él posea el bien, sino porque el bien que tiene nos falte a nosotros. Esto propiamente es celo, como escribe el Filósofo en II Rhet. Y si este celo versa sobre bienes honestos, es laudable, según la expresión del Apóstol en 1 Cor 14,1: Envidiad lo espiritual. Pero si recae sobre bienes temporales, puede darse con y sin pecado”.

Santo Tomás pone como ejemplo de celo bueno el salmo 68,10: El celo de tu casa me consume. “La envidia difiere del celo, como hemos dicho. Por eso puede haber un celo bueno; la envidia, en cambio, siempre es mala”. (IIª-IIae q. 36 a. 2 ad 3)

La próxima vez que desees tener la misma fuerza de voluntad de tu amigo para no pasar tres horas en TikTok, estarás sintiendo celo bueno. ¡Pero no te quedes anhelándolo, sino haz lo que necesites para obtener ese bien!

2. El celo es causado por un amor intenso. A más amor, más celo.

Recuerda que para Santo Tomás hay dos clases de amor: el de benevolencia y el de concupiscencia. El de benevolencia o amistad, se orienta a amar a la otra persona en sí misma, y el de concupiscencia, a amar algo que la otra persona tiene1. Puedes ver un excelente trabajo aquí. No se trata de dos amores contrarios, ni dos etapas de un mismo amor. Sino que pertenecen al mismo acto pero desde un aspecto diverso.

Ya que el amor trata de unir el amado con el que ama. Mientras más amor haya, más deseo de unión habrá con aquello que otra persona tiene y tú no. Por lo tanto, habrá mayor rechazo a aquello que se interponga en tu camino de poseerlo.

Esto sucede, tanto en el celo de un bien honesto, como en el celo de un bien temporal. El celo por un bien honesto siempre tendrá un amor bueno de por medio. En cambio, el celo por un bien temporal podría no serlo,

(Iª-IIae q. 28 a. 4 co.) “El celo, de cualquier modo que se tome, proviene de la intensidad del amor. Porque es evidente que cuanto más intensamente tiende una potencia hacia algo, más fuertemente rechaza también lo que le es contrario e incompatible. Así, pues, siendo el amor un movimiento hacia el amado, como dice San Agustín en el libro Octoginta trium quaest., el amor intenso trata de excluir todo lo que le es contrario. Esto, sin embargo, acontece de diferente manera en el amor de concupiscencia que en el amor de amistad…”

3. Celo causado por el amor de concupiscencia. Puede ser bueno o malo.

Así tenemos el amor que no ama a la persona en sí misma, sino algo de la persona y que resulta beneficioso para el que ama. Puede ser la belleza, el dinero, el círculo social, la posición económica, el trabajo, la popularidad, la simpatía, inteligencia, etc.

Santo Tomás menciona el celo del cónyuge ante alguien que le quita el tiempo a solas. El bien en este caso es el tiempo a solas que quiere disfrutar con el cónyuge. El celo en este caso sería bueno.

Así mismo, el Aquinate pone el ejemplo de quien tiene celos de que otra persona tenga éxito. Es decir, el bien anhelado es el éxito ajeno. Aquí al celo antes mencionado se junta la envidia, porque se entristece al ver que el prójimo sea exitoso y opaque al celoso-envidioso.

(Iª-IIae q. 28 a. 4 co.) “Pues en el amor de concupiscencia, el que desea alguna cosa intensamente se mueve contra todo lo que se opone a la consecución o fruición tranquila del objeto amado. Y en este sentido se dice que los varones tienen celos de sus esposas, para que la exclusividad que buscan en la consorte no sea impedida por la compañía de otros. De la misma manera también, los que pretenden destacar, la emprenden contra los que parecen sobresalir, como si fueran un impedimento de su propia grandeza. Y esto es el celo de la envidia, del cual dice el Sal 36,1: No envidies a los malignos, ni celes de los que obran la iniquidad.”

4. El celo causado por el amor de benevolencia desea el bien al otro y defenderlo del mal

El amor de benevolencia es el que ama al prójimo por sí mismo y no por algo accidental, le desea el bien y quiere defenderlo del mal. Este es el amor que tienen los amigos y se muestra al defenderlo cuando otro lo ataca. Se ve con más perfección este celo cuando se refiere a Dios.

Aquí se encuentra el deseo de hacer vigilias de reparación al sufrir profanaciones, blasfemias u otros ataques a Dios y a su iglesia.

(Iª-IIae q. 28 a. 4 co.) “Mas el amor de amistad busca el bien del amigo; por lo cual, cuando es intenso, hace que el hombre se mueva contra todo aquello que es opuesto al bien del amigo. Y conforme a esto, se dice que uno tiene celo por su amigo cuando procura rechazar todo lo que se dice o hace contra el bien del amigo. Y de este modo también se dice que alguien tiene celo por la gloria de Dios cuando procura rechazar según sus posibilidades lo que es contra el honor o la voluntad de Dios, según aquello de 3 Re 19,14: Me abraso en celo por el Señor de los ejércitos. Y sobre aquello de Jn 2,17: El celo de tu casa me devora, dice la Glossa que es devorado por el buen celo quien se esfuerza en corregir cuantas cosas malas ve; si no puede, lo sufre y gime.”

Conclusión del celo y la envidia

Por lo tanto, debemos ser celosos, pero de los buenos.

De esos que se dan cuenta de lo que es realmente bueno en otras personas y se ven faltos de ello. Pero que no por eso se sienten mal ni se entristecen de que al otro le vaya mejor que a uno. Sino que ese mismo celo se transforma en anhelo y los hace luchar por obtener aquel bien honesto del vecino. Por ejemplo, su sinceridad, puntualidad, amor a Dios, honestidad, fuerza de voluntad, etc.

Sobre todo, ser de los que sienten celos movidos de un verdadero amor al amigo. De esos que buscan hacerle el bien y librarlo de todo mal. Especialmente, tener celos por la gloria de Dios.

Y eso sí, cuidarnos de los malos celos, aquellos que terminan en envidia. Esos que envenenan el alma con malos sentimientos hacia quien le va bien o que desean desordenadamente algo que no es bueno en sí mismo.

La próxima vez hablaremos de cómo erradicar la envidia de nuestras vidas para poder alegrarnos de todo lo que Dios regala a sus hijos, tanto a nosotros como al prójimo.

Notas

  1. «Amor de amistad y amor de concupiscencia no han de entenderse, sin embargo, como dos dimensiones contrapuestas. Se trata más bien de un acto que apunta hacia dos direcciones. En el acto del amor recto y ordenado hay una persona –amada con amor de amistad–, y al mismo tiempo algún bien querido para aquella persona, con amor de concupiscencia. Estos dos amores constituyen un único acto (Cfr. STh 1 q. 20 a.1 ad 3.). Utilizando los mismos conceptos de Santo Tomás, podemos distinguir el amor de amistad y el amor de concupiscencia en cuanto al objeto, porque el amor de amistad tiene por objeto una sustancia, un subsistente, una realidad absoluta. En cambio, el objeto del amor de concupiscencia es un accidente, un bien secundum quid. Se distinguen también en cuanto al apetito, ya que en el amor de concupiscencia el objeto amado es deseado al ser aprehendido por los sentidos (se trata de un apetito sensitivo), mientras que en el caso del amor de amistad la persona amada es reconocida como bien en sí misma. Esto sólo sucede cuando media un juicio de razón. Es necesario que intervenga el intelecto. Eso lleva a hablar de otro nivel dentro del amor. Ya no se trata de una mera complacencia entre el objeto aprehendido por los sentidos y el apetito sensitivo, sino de una complacencia entre alguien que es en sí mismo bien y la voluntad que se complace con aquella bondad. Como sólo la voluntad puede reconocer que alguien es amable por sí mismo, que es un bien en sí y no sólo en relación al sujeto que ama, en el amor de amistad el objeto amado (la persona amada) es escogido, es decir, se da una elección. Hay dilección.» (Abelardo Rivera, El amor de amistad en Santo Tomás de Aquino. Extracto de la tesis doctoral. Navarra, 2008. pp. 252-253) https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/6887/1/RIVERA%2C%20ABELARDO.pdf ↩︎