Sebastián y Camila son una pareja joven que vive feliz. No tienen necesidad de compararse con los demás, ya que han acordado concentrarse en alcanzar objetivos realmente trascendentes. En primer lugar, se ayudan mutuamente en su desarrollo espiritual, han acordado darle prioridad a la familia por sobre el trabajo y tratan de confiar mucho en la Providencia para cargar juntos las cruces y sufrimientos. No se entristecen por los éxitos ajenos, ya sean por los sueldos, los cuerpos de gimnasio o el reconocimiento social. Están seguros de las cosas que pueden darles verdadera gloria (no vana-gloria) y están convencidos que todo don viene del cielo. Por eso son humildes al esperarlos, confían mucho en Dios y tratan de estar cerca de los amigos que tienen más necesidad practicando la misericordia.
¿No crees que haya parejas así? Yo sí, y conozco varias que luchan por superarse en lo realmente importante, sin preocuparse por aparecer como exitosos ante el mundo ni mucho menos entristecerse porque les vaya bien a sus amigos. Sin embargo, la competitividad laboral, los parámetros de éxito que impone la sociedad, la desigualdad de oportunidades y la búsqueda desaforada de autovalidación en redes sociales, son elementos que incentivan la sensación de falta y los complejos de inferioridad. Esto es un caldo de cultivo perfecto para que nos dejemos gobernar por la envidia, el tercer pecado capital más de moda (según Santo Tomás), antecedido por la soberbia y la vanidad, como veremos más adelante.
Philipp Lersch asegura que la envidia es “el sentimiento que corroe a la vista de los valores de utilidad, de gracia, de posesión y de ganancia que otro posee, lo cual se registra como un fracaso del propio querer-tener” (La estructura de la personalidad. Barcelona, 1968. p. 213)
Al menos dos pasajes del evangelio nos revelan que incluso dentro de los discípulos había una visión demasiado humana de la excelencia, lo cual generaba envidia, contraria a la caridad cristiana (Cfr. 1Cor 13,4):
- (Marcos 9,33-34) “Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?» Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor”.
- (Mateo 20,21.24) “Él le dijo: «¿Qué quieres?» Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino.» Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos”.
Para tener una visión más realista de la verdadera grandeza y estar atentos para arrancar la envidia de nuestras vidas, les propongo ocho conclusiones sacadas de algunos textos de la Suma Teológica en donde habla de este vicio capital, principalmente la cuestión 36 de la II-II. Dios mediante, espero desarrollarlas en las siguientes entradas del blog:
- La envidia es entristecerte porque el otro tiene algo que le da fama y que a ti te hace parecer menos ante los demás
- Tienes más envidia de quien consideras que podrías ganarle y está más cerca de ti
- Por eso son más envidiosos los que ambicionan honores mundanos y también los pusilánimes que se victimizan al ver que el otro tiene o hizo al menos algo más que ellos
- La soberbia engendra vanidad y ésta engendra a su vez envidia
- La envidia es un proceso con tres etapas y cinco hijas
- El tipo de envida más grave es del aumento de gracia en el prójimo
- La envidia es distinta a los celos porque siempre es mala, en cambio, puede haber un celo bueno proveniente del amor de amistad
- ¿Cómo puedo luchar contra la envidia? Haz lo contrario: ten misericordia
El examinarnos acerca de la presencia de la envidia en nuestros juicios, sentimientos y acciones es un primer paso para mapear nuestra alma y así poder tomar acciones correctivas. De este modo podremos ir más libremente al bien, sin obstáculos que nos condicionen.
¡Luchemos por tener un alma magnánima que aspire a lo grande y misericordiosa para con el prójimo. En un alma de ese calibre es muy difícil que la envidia pueda sobrevivir! Así viviremos en la realidad de ser hijos de Dios.