Por la palabra podemos comunicarnos aunque estemos a oscuras, incluso a mucha distancia de la otra persona e incluso cuando no lo vemos porque está oculto tras obstáculos.
1. Harold y su primer sonido
Este niño se llama Harold Whittles, nació sordo. Esta es una foto de 1974, cuando tenía 6 años, en el mismo instante en que escucha su primer sonido. Harold tuvo una discapacidad auditiva desde pequeño, por lo que le instalaron un dispositivo electrónico llamado implante coclear[1]. Como esta, hay muchas imágenes más actuales que muestran la sorpresa del niño al escuchar por primera vez la voz de sus papás. https://www.youtube.com/watch?v=YcvzsSyuMRk&ab_channel=ABCNews
Imaginen la sorpresa del sordo del evangelio de hoy. Cuando por primera vez escucha un sonido y es nada menos que la voz de Jesús. Escucha por primera vez y la primera palabra que entra en su alma es la Palabra de Dios.
2. Problemas de audición y habla
El texto griego de Marcos dice que le presentaron a Jesús a un hombre que era “kofós” y “mogilalos”. Kofós es quien tiene el oído y el habla entorpecidos, embotados; y mogilalos quien habla con dificultad o que es tartamudo. Por lo tanto, tenemos a alguien con dificultad para escuchar y también para hablar. Dice Mc 7, 35 que tenía una “atadura en su lengua”.
Con los avances científicos ahora sabemos la relación causal que hay entre la audición y el habla[2]. Dicen dos especialistas españoles: “Cuando existe una grave alteración de la audición, el lenguaje hablado no se desarrolla, quedando reducido a la parte gestual, que se torna extremadamente rica”. “La plasticidad neural para el desarrollo del lenguaje comienza a declinar a partir de los tres años”.
“Las personas aprendemos a hablar por imitación del lenguaje de nuestros semejantes. Si por lo tanto un niño tiene un déficit auditivo que le impide oír el mensaje hablado con todos sus matices, la imitación será imperfecta, es decir dislálica.” Probablemente, si un otorrino hubiese examinado a nuestro amigo, le hubiera diagnosticado dislalia audiógena. Pero eso para Jesús, no hubiera significado nada. Por eso dice “Effetá”, “y al punto sus oídos se abrieron, y la ligadura de su lengua se desató, y hablaba correctamente”.
3. No aprendemos a hablar porque no hemos aprendido a escuchar
Aquilino Polaino-Lorente, publicó un libro en el 2008 llamado “Aprender a escuchar. En un apartado titulado “La elocuencia del silencio” dice: “a través del silencio las personas se comunican y pueden adentrarse recíprocamente en el otro y compartir sus respectivas intimidades. El silencio que aquí se trata excede con mucho esa definición negativa que de él se ha dado como la ausencia de ruidos o sonidos”.
“El silencio es tanto más elocuente cuanto mayor sea la escucha humana, es decir, la negación de sí, el no andar ocupado con las emociones naturales, deseos, conflictos y pensamientos, o con los artificiales prejuicios, sesgos y estereotipias. El silencio propio de la esperanza exige el total abandono de sí, el olvido del yo y su sometimiento al misterio.
Es en estas circunstancias donde el silencio se torna más elocuente y mejor se le puede escuchar, porque también en ellas es donde la apertura de sí mismo es más radical. Lo que garantiza la elocuencia del silencio es, además de la ausencia de ruidos (exteriores), la extinción de los ruidos interiores; ésos que socavan la capacidad de escuchar como consecuencia de enmarañar la atención y apresarla en no se sabe qué enredos de la intimidad personal”.
4. El sordo del evangelio, ¿estaba realmente en silencio? Era mudo, ¿pero no hablaba consigo mismo?
“…Jacques Leclercq (1965) en su Elogio de la pereza. “No se hace venir a Dios —escribe— como se llama a un ordenanza. Para oír la voz de Dios hay que saber esperar. Moisés esperaba sobre la montaña; ¿qué hacía entonces en aquel momento? Nada; esperaba. ¿Era que no tenía nada que hacer? ¡Ya lo creo! […] Y los Magos, ¿creéis que hubieran visto la estrella si no se hubieran quedado a veces en la azotea de su casa mirando al cielo? No veis nunca la estrella, como tampoco oís a Dios…”
Dios no enmudece nada más que frente a quienes no están dispuestos a escucharle. Dios se oculta cuando el hombre lo aparta de su vida, le vuelve la espalda, se torna indiferente a sus reclamos y acaba por esconderse o esconderlo. Dios permanece callado cuando el hombre le manda callar, cuando la soberbia humana le ha excluido del mundo. Dios no comparece ante el griterío frívolo y superficial de la persona centrada en ella misma, que a sí misma se basta”.[3]
5. Qué hace Cristo
Cristo por eso aparte al hombre de la turba, quiere estar a solas con el sordo. Quería que el sordo lo escuche a Él primero. Así, tú también, aunque estés sordo, si te apartas lo suficiente de ti y de los demás, podrás escuchar a Dios.
Introduce sus dedos en las orejas, dedos divinos. El Dedo de Dios es el Espíritu Santo, el “Dextrae Dei tu digitus” del Veni Creator, el Soplo de Dios viviente que pinta Miguel Angel en la Capilla Sixtina. Si escuchamos, es por el Espíritu Santo, dador de vida interior.
Estamos sordos para Dios porque no escuchamos demasiado a nosotros mismos. Que abra nuestro oídos internos para estar atentos a su Palabra cada día, que haya silencio dentro de nuestra alma abandonándonos a Dios para poder responderle con una sola Palabra: Fiat.
No podemos decir «Hágase en mí…» porque nos escuchamos mucho a nosotros mismos.
Pidamos a María en su Natividad, que interceda por nosotros, que le diga a su Esposo, el Espíritu Santo “rege quod est devium”, “gobierna, endereza, guía lo que está torcido”.
[1] Ayuda a las personas con pérdida auditiva severa a recuperar una cierta percepción del sonido. A diferencia de los audífonos, que amplifican el sonido, el implante coclear convierte las señales acústicas en impulsos eléctricos que estimulan directamente el nervio auditivo. Tiene un procesador de sonido externo y un implante en el oído interno, un conjunto de electrodos que se insertan en la cóclea, la parte del oído que convierte el sonido en señales eléctricas para el cerebro. Es necesario que la persona se adapte a los sonidos y los entienda, así que debe ser entrenada hasta que pueda comprender el habla.
[2] Por ejemplo, en España se publicó un libro online acerca de otorrinolaringología, en donde dos doctores de un hospital de Santiago de Compostela escriben un capítulo titulado: Audición y lenguaje, el niño sordo. https://seorl.net/PDF/Otologia/031%20-%20AUDICI%C3%93N%20Y%20LENGUAJE.%20EL%20NI%C3%91O%20SORDO.pdf
[3] “El Dios cristiano no es un Dios silente, pero tampoco un charlatán que parlotea sin cesar. El Dios de los cristianos no es sólo un concepto, ni una abstracción, ni una mera construcción mental. El Dios de los cristianos es un Ser personal que no sólo ve y oye, sino que mira, ama y escucha atentamente a cada hombre. El Dios de los cristianos parece querer tener necesidad del silencio humano para dejarse oír, para hacerse presente en aquellos que, anhelantes, buscan su compañía. Es en el silencio del corazón humano donde su Palabra busca ser acogida.”