El ejemplo de Santo Toribio de Mogrovejo[1] es esencial para nuestra familia religiosa del Verbo Encarnado, por cuatro razones: primero, porque está presente en nuestra fórmula de votos, la que nos constituye esencialmente como religiosos; segundo, porque él fue esencialmente misionero, tal como nosotros deseamos serlo, según nos exhortan nuestras constituciones; tercero, porque el fin de su labor pastoral es nuestro mismo fin específico: “evangelizar la cultura” y finalmente, porque fue esencialmente mariano.
1. Está presente en nuestra fórmula de votos
Los religiosos somos “religiosos” porque hemos querido voluntariamente obligarnos mediante una promesa ante Dios -un voto-, a practicar los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. En nuestra familia religiosa, añadimos el preciosísimo cuarto voto de esclavitud mariana.
La formulación de esta ofrenda voluntaria a Dios se manifiesta aquél inolvidable día en un texto leído, de pie, frente al altar y que es llamado “fórmula de profesión de votos”, la cual escribimos de puño, letra y, no pocas veces, lágrimas.
Después de invocar a la Santísima Trinidad, decimos, con nombre y apellido, que “Yo…hago oblación de todo mi ser” para tres fines: para profundizar en los mismos consejos evangélicos que me estoy comprometiendo a seguir, para ser una huella concreta de la Trinidad en la historia y para ser memoria viviente del Verbo Encarnado. Y por esa razón, y en primer lugar, es que “comprometo todas mis fuerzas para no ser esquivo a la aventura misionera”. Es decir, para no huir de la cruz. Ya que, siguiendo el ejemplo de Cristo, la misión evangélica solo fructifica desde la cruz. Creo que por ello, nuestro fundador quiso poner en primer lugar este propósito, como fundamento de los otros cuatro[2]. Al final de esta solemne fórmula se pronuncian los votos temporales o perpetuos y se pide la intercesión de toda la familia religiosa y de los santos.
Esta frase “no ser esquivo a la aventura misionera” era uno de los requisitos que el Consejo de Indias proponía a Felipe II como característica del próximo arzobispo de Lima: “prelado de fácil cabalgar, no esquivo a la aventura misional, no menos misionero que gobernante, más jurista que teólogo y de pulso firme para el timón de nave difícil, a quien no faltase el espíritu combativo en aquella tierra de águilas”[3]. Así, Felipe II eligió a Don Toribio de Mogrovejo, de tan solo 39 años de edad, como segundo arzobispo de Lima. De la misma manera, es Cristo quien nos ha elegido para estar en esta familia religiosa y no ser esquivos a la aventura de quemar las naves y arriesgarlo todo por Dios siguiéndolo hasta la cruz.
2. Santo Toribio fue esencialmente misionero
El elemento principal de nuestro carisma es “enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano”. Lo cual está explicado así en el siguiente párrafo: “…es la gracia de saber cómo obrar, en concreto, para prolongar a Cristo en las familias, en la educación, en los medios de comunicación, en los hombres de pensamiento y en toda otra legítima manifestación de la vida del hombre. Es el don de hacer que cada hombre sea “como una nueva Encarnación del Verbo”[4]”, y todo esto “siendo esencialmente misioneros y marianos”.
Este fue exactamente el ejemplo que nos dejó Santo Toribio, vivir el espíritu misional de una manera magnánima. Decía Fray Justo Pérez de Urbel: “Si no derramó su sangre como tantos otros evangelizadores de las tierras nuevamente descubiertas, tuvo la gloria de ser el más grande de los misioneros americanos. Fue un gran misionero y un gran prelado; resumió en su persona de una manera integral los rasgos vigorosos de Carlos Borromeo y de Francisco Javier”.[5]
El Cardenal Augusto Vargas Alzamora escribía: “En sus continuas visitas a la extensa arquidiócesis (aproximadamente 3,300 kilómetros de circunferencia) Santo Toribio de Mogrovejo escribió algunas de las páginas de mayor heroísmo en la historia de la evangelización constituyente. En palabras de León Pinelo, sus andanzas fueron “un milagro continuado” donde se juntaron sus infinitas virtudes. Para el arzobispo, la arquidiócesis no se circunscribió a la ciudad de Lima. Apremiado por el ansia apostólica quiso ver con sus propios ojos la realidad pastoral en que habitaban sus ovejas. Realizó hasta cuatro visitas importantes y varias «salidas» cortas, siempre por caminos inaccesibles. El padre Acosta, empedernido viajero también, se refiere a los caminos de estas tierras, “más bien para los gamos y las cabras que para los hombres”. Las cabañas donde usualmente establecía morada el arzobispo “más son corrales de ovejas y establos que moradas dignas de la especie humana”.
Relatan sus acompañantes cómo, para acudir a un pueblo de indios, atravesó el Santa, río de inmenso caudal. Como no había otro medio se ató el cuerpo con cuerdas sujetas a su vez a una más gruesa que cruzaba de lado a lado el río. Colgado de esta manera se hizo arrastrar a la otra margen. Él mismo relata en una carta al Papa Clemente VIII sus afanes y aventuras, caminando “más de cinco mil doscientas leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos y ríos rompiendo por todas las dificultades y careciendo algunas veces yo y mi séquito de cama y comida; entrando en partes remotas de indios cristianos que, de ordinario traían guerra con los infieles a donde ningún prelado o visitador había llegado”.”[6]
Esto es un hombre que se lanzó a la aventura misionera bajo la bandera de Cristo, un hombre que San Ignacio llamaría de tercer binario y tercer grado de humildad[7], un hombre que hizo caso a la llamada del Rey Eterno haciendo “oblación de todo su ser”, diciéndole: “yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual…” (Ej. 98)
3. Tuvo nuestro mismo fin específico
Dicen nuestras constituciones que “comprometemos todas nuestras fuerzas para inculturar el Evangelio, o sea, para prolongar la Encarnación en todo hombre, en todo el hombre y en todas las manifestaciones del hombre[8]”. Esto fue lo que hizo Santo Toribio al venir al Nuevo Mundo y aplicar las directivas del Concilio de Trento. Sabía que no hay auténtica evangelización si el evangelio no impregna la cultura.
“Con Santo Toribio se iniciará un período de evangelización intensiva. Se publicará el catecismo trilingüe y se celebrarán diez sínodos diocesanos y tres concilios provinciales, entre ellos el tercer límense que estableció la base pastoral de la Iglesia hispanohablante de América del Sur.”
4. Fue esencialmente mariano
Compuso para la Virgen las letanías a la Madre de Dios, conocidas como “Letanías peruanas”. “El III Concilio Limense dispuso en 1592 su inclusión en el Ritual de la Iglesia Metropolitana de Lima, y durante muchos años se la recitó todos los sábados en la Catedral metropolitana.”[9]
«Dicha letanía suscitó la admiración del renombrado historiador eclesiástico, P. Rohrbacher: “Después del segundo Concilio de Lima, reunido bajo Santo Toribio en 1591, se encuentra el Manual de Devoción o Ceremoniario de esta iglesia metropolitana, publicado por el santo arzobispo. Él merece ser consultado; allí todo está reglamentado con detalle: desde el toque de las campanas, hasta las funciones del organista y de los niños del coro. Viene enseguida un Breve de Paulo V, dado el 2 de diciembre de 1605, que concede indulgencias a una amabilísima devoción de los peruanos hacia la santa Madre de Dios. Todos los sábados por la tarde, indios y españoles se juntan en la iglesia, al fin de Completas, para cantar u oír cantar la Salve Regina y las letanías de la Santísima Virgen; letanías más largas, más variadas y a nuestro parecer, más piadosas incluso, que las letanías lauretanas”[10]».
“Altar de los inciensos, Bella como la rosa, Hija del Padre de las luces, Madre de la santa esperanza, Bella como la luna, Terebinto de gloria, Zarza ardiente incombustible, Raíz de todas las gracias, Piadosa madre de los pequeños,”
Termina diciendo: “Salve, oh belleza de los Cielos, socórrenos, Señora
Salve oh piedad de los Cielos, dádnos fortaleza, Señora
Salve, oh dulzura de los Cielos, intercede por nosotros, Señora”
5. Evangelizó nuestra patria
Podríamos agregar un quinto elemento, sobre todo para los que estamos en Perú, y es que este buen pastor se desgastó evangelizando nuestra patria. Tenemos una especial relación de caridad con nuestro santo, ya que, si Dios lo envió a trabajar por la evangelización de estas tierras, la misma misión la continuará -y aún mejor- desde el Cielo.
Pidamos a nuestra Señora de la Evangelización, nuestra patrona, que se venera en la catedral de Lima que nuestra familia religiosa -sobre todo aquí en Perú-, tenga ese ardor misionero que empujaba a Santo Toribio a no ser esquivo a la aventura misionera y por ello anunciar el evangelio aún en medio de las condiciones más adversas y así, finalmente, desde la cruz, enseñorear para Cristo todo lo auténticamente humano.
[1] “Santo Toribio de Mogrovejo nació en 1538 en España. La vida y obra del segundo Arzobispo de Lima se desarrolla en pleno proceso de lo que la Conferencia Episcopal de Puebla llamó acertadamente “Evangelización constituyente”. Este santo patrono del episcopado latinoamericano no solo fue obispo, sino que fue uno de los grandes misioneros que ha tenido nuestro Perú. Habrá escuchado ya desde joven acerca de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe en 1531 en México. Llegó a estudiar a Salamanca en 1562, tan solo después 16 años después de la muerte del dominico Francisco de Vitoria, uno de los más influyentes en el concilio de Trento (1545 – 1563). Y estuvo allí cuando San Pio V proclamó a Santo Tomás de Aquino como doctor de la iglesia universal en 1562.”
[2] inculturar el evangelio en todas las culturas, prolongar la Encarnación del Verbo “en todo hombre, en todo el hombre y en todas las manifestaciones del hombre”, ser como otra humanidad de Cristo y realizar con mayor perfección el servicio de Dios y de los hombres.
[3] http://ietoribianos.blogspot.com/2017/09/capella-riera-jorge-santo-toribio-de.html
[4] Beata Isabel de la Trinidad, op. cit., Elevación nº 33.
[5] Fray Justo Pérez de Urbel OSB, Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. I, p. 550.
[6] Augusto Vargas Alzamora, Santo Toribio y la Nueva Evangelización
[7] “elijo más pobreza con Christo pobre que riqueza, oprobrios con Christo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Christo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo.” (Ej. 167)
[8] Cf. Juan Pablo II, Mensaje al mundo de la cultura y a los empresarios en el Seminario Santo Toribio de Mogrovejo, Lima (15/5/1988).
[9] https://www.fatima.org.pe/articulo-124-las-letanias-peruanas
[10] P. Réné François Rohrbacher, Histoire Universelle de l’Église Catholique, París, 1866, t. XIII, p. 849