Dios te pide algo, empiezas a tratar de hacerlo, das todo lo que puedes, pero te cuesta mucho. Te pasan cosas, pierdes la paciencia y surgen tus otros mil defectos. Das todo lo que puedes, pero ya no puedes tanto. Ya no quieres tanto.
Sigues tratando de colmar la cuota que sientes que Dios te pide en eso que debes hacer, pero te cuesta mucho más de lo que pensabas. A causa de tus pecados pasados, de tus negligencias actuales, de tu temperamento, de tu ánimo, de tu salud física, del clima o de otros factores externos que Dios permite.
No puedes más y le pides ayuda a Dios, le pides perdón, le dices que confías en Él y que te ayude. Sigues intentando, con menos ganas y con menos fuerza que antes, pero algo tratas de hacer. Tratas de no morir.
Entiendes mejor la invocación inicial de las horas: “Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme.” Y también Daniel 9, 7-9: “Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión del rostro… a causa de las infidelidades que contra Ti cometieron. ¡Oh Señor, nuestra es la confusión del rostro… pues hemos pecado contra Ti! Pero del Señor, nuestro Dios, son la misericordia y el perdón”
Le pides a Dios. No sabes qué, pero le pides eso que te falta. Dios te escucha, te da eso que necesitas para poder entender que necesitas de Él.
Eso es misericordia. Dolerse por el mal ajeno y hacer lo que está a tu alcance para remediarlo.
Dios ve tu mal desde siempre pero se alegra que se lo cuentes, como si fuera una novedad. Dios se duele de tu mal -él sabe cómo duele ese mal porque lo sufrió en Cristo- Dios hace lo que está a su alcance para remediarlo. ¿Sabes qué esta al alcance de Dios? Todo.
Es en la misericordia en donde Dios manifiesta su omnipotencia dice Santo Tomás. Dios te da lo que necesitas para remediar ese mal.
No quiere decir que te quite dificultades, sino que te dará ayuda para poder responder según el ejemplo de Cristo. No quiere decir que te apartará eso que le pides, sino que te dará fuerzas para cargar con ello. Finalmente, no quiere decir que se cumplirá “tú voluntad”, sino que te dará la gracia necesaria para que puedas cumplir “su Voluntad” y entender su misericordia. Él sabe de que estamos hechos, se acuerda que somos polvo.
Con todo esto, ¿te parece justo no querer practicar la misericordia con tu prójimo?
Cuando más cueste confiar en la misericordia recuerda esta frase de San Bernardo: “Aquella cruz, aquellas llagas, nos gritan y proclaman cuán verdaderamente nos amaba”.
Lucas 6, 36-38: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».