El vestido de Dios Encarnado

A continuación les dejo un extracto de un artículo escrito por Jesús García Recio, fundador del Instituto Bíblico y Oriental de León.

Aqui explica la importancia del vestido y de la orla del manto para los judíos. En el artículo completo se pueden ver los antecedentes en las tradiciones mesopotámicas y del Antiguo Testamento.

Las ropas de Jesús

El Señor Jesús vistió de acuerdo con la costumbre de su tiempo. Recién nacido, fue envuelto en pañales. Llevaba un manto a modo de capa que le cubría externamente, y una túnica sin costuras, debajo del manto y pegada al cuerpo. Y en el sepulcro le enterraron con los lienzos y el sudario (Jn 19,40; 20,5-7). La única vez que apareció con ropas ajenas, fue vestido con la clámide o manto rojo de emperadores y soldados, para mofa pública (Mt 27,28-31).

Los pañales que le cubrieron el día de su nacimiento eran y son el signo de lo común, por arropar a casi todo hombre e igualar desde el encumbrado al humilde, según el decir de Salomón:

“1 También yo soy hombre mortal, igual a todos…4 Fui criado con pañales y cuidados. 5 Pues ningún rey tuvo otro comienzo al nacer; 6 que una es para todos la entrada en la vida e igual la salida” (Sb 7).

Fueron el signo inequívoco de la humanidad de Dios a los ojos de los pastores:

“Esto os servirá de señal. Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12).

La ropa que llevó luego sobre su cuerpo reverberaba la presencia divina que tan acertadamente distinguió la tradición mesopotámica y veterotestamentaria, y de la que fue testigo el temor de los discípulos que subieron al monte de la transfiguración.

La teofanía provocó la fascinación de la luz: “Y se transfiguró ante ellos, y su rostro relumbró como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz” (Mt 17,2). Y el espanto del temor sagrado: “Es que (Pedro) no sabía qué decir, pues estaban asustados” (Mc 9,6).

El manto del Señor Jesús le acompañó hasta poco antes de su muerte. Mientras lo llevó, significó la dignidad de su persona, epifanía de Dios y salvación de los enfermos. Cuando se lo quitó, fue para abajarse a los pies de los discípulos. Y, despojado de él, expiraba en la cruz. Sin manto, se puso a trabajar en el servicio humilde de lavar los pies a los discípulos: “Se levantó de la cena, dejó el manto y cogiendo un paño se (lo) ciñó…” (Jn 13,4). Y desnudo… acudió a su muerte, sin la luz ni la fuerza del manto que había salvado a los enfermos:

“23 Conque los soldados, cuando crucificaron a Jesús, (le) cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una parte para cada soldado, más la túnica. La túnica era sin costura, tejida toda ella de arriba (abajo), 24 así que se dijeron unos a otros: “No la rasguemos, sino echémosla a suertes, (a ver) a quién toca”. Para que se cumpliera la escritura que dice: ‘Se repartieron mi ropa y echaron a suertes mi vestido’. Así es que los soldados hicieron eso” (Jn 19).

Las orlas del manto

Si el manto en cuanto tal acreditaba la realidad de la presencia divina, encantadora por radiante y estremecedora por irresistible, la parte del borde o franja, que era la menos consistente de toda la hechura, fue la más entrañablemente humana y a la medida de los hombres.

Los hilos sueltos de los extremos del manto que se recogían en flecos constituían un apreciado adorno del vestido externo. Por lo general, se recogían en cuatro borlas, compuestas de cuatro hilos de color blanco y azul. La lana así retorcida en cordones era una llamada a la conciencia y apelación al recuerdo de los mandatos del Señor, entre los que se cuentan los relativos a su misericordia:

“Tales flecos os servirán para que, cuando los veáis, os acordéis de todos los preceptos de Yahweh y los practiquéis” (Nm 15,39).

Pues a esos hilos sueltos, casi migajas del vestido, se apegaron los enfermos. Como si hubiera una sintonía entre el deshilvanado de la ropa y los deshilachados del mundo, y estuvieran a la misma altura los flecos del vestido que tocaba la tierra y los postrados sobre ella. Su dolorosa situación les mantuvo en vilo, atentos a la certera indicación del sentido de los hilos.

En cambio, para los más, las franjas alargadas del manto fueron mero signo de prestigio y causa de admiración:

“5 Hacen todas sus obras para que los vean los hombres, pues ensanchan sus filacterias y amplían las franjas (de sus mantos), 6 son amigos del primer puesto en los banquetes y de los primeros asientos en las sinagogas, 7 de los saludos en las plazas y de que los hombres los llamen rabí” (Mt 23).

Los hombres doloridos de Mesopotamia se habían abajado hasta esos cabos sueltos o borlas que caían de los bordes del manto como adorno en busca de la salud. Y los contemporáneos de Jesús fueron también en busca de sanación tras lo más humilde de su porte humano.

Fuente: https://repositorio.sandamaso.es/bitstream/123456789/1013/1/18-GARCIA%20RECIO.pdf