Llegaron los sabios de Oriente a Jerusalén, preguntando por el “rey de los judíos”. Herodes quería saber dónde estaba ese nuevo rey, no para adorarlo, sino para cazarlo y matarlo, porque veía a ese pequeño como una amenaza a su poder. Es de suponer que si Herodes ya hubiese sabido dónde nacería, ante la visita de estos personajes con preguntas incómodas, ya los hubiera “censurado” o mandado a matar. Celebraríamos el martirio de los reyes magos.
Así vemos por un lado a Herodes en representación del espíritu mundano que rechaza a Dios porque lo ve como una amenaza. Ya que, “si Dios existe no todo está permitido”. Cristo sigue siendo una amenaza para el mundo. Y ojo que no necesitas ser un dictador como Herodes o Hitler para sentirte amenazado y tratar de censurar a Dios o matar a sus enviados. Cada uno de nosotros tiene un pequeño Herodes dentro que no quiere reconocer a Cristo como Rey.
Más que división entre ricos y pobres, migrantes y nativos, izquierda y derecha, el mundo está dividido entre la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres, como diría San Agustín. La gran división es así: quienes viven en gracia y quienes viven en pecado mortal. Es la división infinita entre cielo e infierno. La división entre el “hágase en mí según tu Palabra” de María y el “no te serviré” de Satanás.
En este tiempo de navidad, matemos al Herodes que tenemos dentro mediante la vida de la gracia en la vocación particular de cada uno. ¡Sí se puede! Una buena confesión, arrepentida y con propósitos de enmienda verdadera es el camino que debemos seguir para adorar al Niño Dios en esta Navidad.
Que Nuestra Señora del Fiat, María Santísima, nos conceda la gracia de honrar así a estos pequeños mártires que dieron la vida en lugar de la de Cristo.
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