Luego del intento de autogolpe del día de ayer y las noticias que cada minuto iban haciéndonos vibrar más que si hubiésemos jugado en Qatar, muchos peruanos están reforzando su deseo de trabajar por el bien común y de luchar por un orden democrático.
Es un buen momento para poner los ojos en los pies de barro de tan ensalzada diosa hablando de uno de sus mayores riesgos. “-¿Cómo puede decir semejante cosa este cura fascista?”. Ni lo digo yo, ni por criticar un error quiere decir que esté a favor del otro error al final del péndulo.
1. ¿Cuál es el riesgo de la democracia?
El doctor Angelo Campodonico, profesor de filosofía de la Universidad de Génova, escribió en 2021 un ensayo llamado justamente “¿Riesgos de la democracia?”. Allí él plantea cómo es que hoy se admite fácilmente los límites de un régimen de gobierno aristocrático, como pueden ser “la rigidez de la división de la sociedad en clases, la injusta imposibilidad de ascenso social de las clases inferiores, de la mujer, etc., y, en cuanto a la visión de la vida, la tendencia a pensar el mundo y la sociedad en términos de manera jerárquica”. Pero nos pone en guardia contra uno de los principales riesgos teóricos de la democracia:
“Confundir la igualdad en dignidad con la igualdad en capacidad, es decir, en favorecer una visión confusa de la realidad que suaviza a la vez las diferencias individuales existen entre los hombres, sino también la diferencia entre hombres y animales bajo el lema de «por qué no también ¿Ellos?» hasta favorecer subrepticiamente una visión panteísta o materialista que es por derecho una de las metafísicas posibles, pero ciertamente no la única.”
Es decir, con el deseo de ser inclusivos y tolerantes, se pone en el mismo nivel a todos los hombres [¡y mujeres evidentemente!], pero no solo en dignidad, lo cual es innegable y es la base del derecho, sino en capacidad. ¡Como si todos tuviesen la misma capacidad para dirigir una nación!
Un día después del bochorno castillista y la vacancia por “incapacidad moral”, todos estaremos de acuerdo con que no somos “todos iguales” absolutamente, y que hay gente que es “incapaz” de realizar las acciones más nobles, como la de gobernar un país. Y cuando esta visión realista de las cosas se pierde, caemos en decisiones aberrantes como las que tomó el día de ayer el señor Castillo.
2. ¿Por qué nos falló la democracia?
¿Acaso no había sido elegido democráticamente? Evidentemente el orden democrático ni suple la ignorancia e incapacidad de los gobernantes ni los aleja de la corrupción. Pero hay una razón más de fondo: el único fundamento de la democracia liberal (y de la llamada “democracia cristiana”) es el mero consenso social. Es decir, no tiene más fundamento que la “voluntad de los pueblos”, la autodeterminación y subjetividad de los electores de turno para sobre eso promulgar leyes y dirigir naciones. Es decir, tiene pies de barro, como son los hombres. Los hombres (¡y mujeres!) se rompen, así también las cosas fundadas sobre voluntades puramente humanas.
El Papa Benedicto XVI, el 17 de septiembre de 2010 durante su viaje apostólico al Reino Unido pronunció un discurso en el Westminster Hall, el lugar donde fue condenado a muerte Santo Tomás Moro. Allí decía:
“Cada generación, al tratar de progresar en el bien común, debe replantearse: ¿Qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera razonable? Y ¿qué alcance pueden tener? ¿En nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales? Estas cuestiones nos conducen directamente a la fundamentación ética de la vida civil. Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia.”[1]
3. El desafío de respetar la realidad
El gran desafío es regirse por algo que sea mucho más sólido que el consenso social, regirse por la realidad objetiva y no por ideas subjetivas que terminan en ideologías impuestas con violencia ya que son contrarias a la naturaleza humana, como dice el padre Cornelio Fabro.
El gran desafío de esta generación post-castillo es poner bases sólidas a su vida personal y social. No dejarse guiar por caprichos “democráticos”, por definir lo bueno y malo por meros consensos sociales, por modas o por trends de redes sociales, sino en saber reconocer lo que es bueno y verdadero partiendo de la realidad de las cosas, de lo que las cosas son. En palabras más técnicas, de la naturaleza de las cosas. Aquí con “naturaleza” no nos referimos a la flora y fauna, sino a lo que las cosas son y que por ello operan de una manera determinada.
De esta manera, si se comprendiera lo que es realmente el ser humano, si se supiera mejor cómo está compuesto a nivel psíquico y espiritual, qué fines tiene y cómo es el proceso de elección de los medios en orden a estos fines, entonces todo sería mucho más objetivo y sólido.
Por eso es tan necesario el enseñar filosofía en los colegios y el estudiar humanidades, saber leer la realidad con una conciencia crítica y no meramente pasiva, siempre contrastando las leyes con los fines de nuestra naturaleza.
4. La democracia cristiana o masónica
Bruno Genta es otro gran intelectual, argentino, que habla de temas políticos con gran realismo y desde una perspectiva más elevada. Él escribió un pequeño libro llamado “La democracia cristiana o masónica”, en donde pone como fundamento de una verdadera política democrática el entendimiento del ser humano con todos sus elementos, tanto naturales como sobrenaturales.
Así dice, describiendo el concepto de “naturaleza humana” que se tiene en la democracia liberal y que ve al hombre de manera parcial, sin tener en cuenta la corrupción interna recibida desde el pecado original y, por lo tanto, la no necesidad de redención: “ocurre que para su uso social y político, la naturaleza humana es íntegra, sana y completa en sí misma, capaz de desarrollar armónicamente sus posibilidades positivas. Al Pecado Original y sus consecuencias penales sobre la naturaleza humana, lo ha dejado el Diablo en el fuero privado de la persona y en el templo. No existe la conciencia de nuestra corrupción y de nuestra impotencia para obrar y perseverar en el bien, librados a nuestras solas fuerzas. No se tiene en cuenta que el pecado aunque sea expiado por el Redentor, continúa su influencia destructiva en el mundo; de ahí la necesidad permanente de su divina asistencia.”
A continuación describe la verdadera concepción de naturaleza humana desde una visión católica: “Los verdaderos cristianos, los católicos, sostienen que la naturaleza humana necesita para su integridad, su salud y su perfección como naturaleza, estar unida a Dios en Cristo y por su Amor infinito. Y esa unión religiosa, decisiva para ser acabadamente hombre, no es obra de la naturaleza, sino de la Gracia. Fuera de Cristo, fuera de la Caridad, no hay «desarrollo armónico de las posibilidades positivas que comporta la naturaleza humana»; no hay despliegue real y verdadero de la naturaleza, sino fragmentos dispersos y confusos que sólo pueden componer una imagen deforme, contrahecha, antinatural, destituida de la semejanza divina y vuelta hacia la nada, lo mismo en el individuo que en la Ciudad.”
5. El riesgo de la democracia es no reconocer a Dios como el Bien más grande
Si hablamos de riesgo como “proximidad de un daño”, según lo define la RAE, el daño más grande que podemos tener es no reconocer a Dios como algo esencial en nuestra vida, sino como un accesorio. Tenerlo como un medio para yo ser feliz, y no como el fin último para el cual hemos sido creados. El riesgo más grande entonces es no elegir a Dios.
Y ya que la democracia supone la tolerancia, la igualdad, la justicia y la imparcialidad; es necesario que Dios no se ponga como parte esencial. El riesgo es creer que esto está bien.
Como termina diciendo Genta: “(…) lo único efectivo que reconoce [la democracia] es esta posición genérica e indiscriminada de la soberanía: «Es de la naturaleza de la soberanía el que no exista otro soberano por encima del soberano». Henos aquí desembocando en el repudiado totalitarismo y en una de sus peores expresiones: la soberanía popular, la voluntad omnímoda de las mayorías accidentales.”
Por lo tanto, ya que Dios no es tenido en cuenta y tampoco la naturaleza de las cosas, el que toma el puesto de soberanía absoluta es la voluntad accidental de las masas, que en realidad son manipuladas por el soberano que ellas mismas eligieron y que termina siendo un totalitarista que impone su ideología.
6. Conclusión
Si no tenemos más opción que vivir en un estado “democrático” como el actual, los católicos debemos actuar para que Dios esté presente en todo aspecto de nuestra vida, tanto privada como social.
Recordemos siempre ésta frase de Genta: “la única la única soberanía absoluta es la de Dios y que todas las otras son por naturaleza relativas y condicionadas. Y que cada vez que alguna de esas soberanías relativas pretende sustituir a Dios degeneren totalitarismo y en tiranía.”
El que debe gobernar nuestra vida es Dios.
El que debe gobernar la sociedad es Cristo.
Y para esto debe reinar María.
¡Viva la Inmaculada Concepción!
[1] https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2010/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20100917_societa-civile.html