Al Rey, infinitas tierras, A Dios, infinitas almas

El 12 de octubre se celebra en algunos lugares como el Día de la Raza, en otros como el Día de la Hispanidad. Llegando a degradarse hasta el Día del Respeto de la Diversidad e incluso al Día de la Resistencia Indígena.

América es obra de España, y más específicamente del catolicismo de España. Por lo tanto, hispanidad y catolicismo son lo mismo. Esta es la tesis del Card. Isidro Gomá y Tomás, Arzobispo de Toledo, en una conferencia que dio en Buenos Aires en 1934. Expondré algunos párrafos de esta insigne charla.

Tanta animadversión a la conquista e hispanidad de América brota de la idea materialista de la vida y de la historia dice el Cardenal Gomá. No pueden concebir hombres con ideales más allá que el lucro. Sin embargo, como decía un historiador al emperador Carlos V: «la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de las Indias».

El ideal de la conquista de América lo dejó claro Isabel la Católica antes de morir, mientras dictaba su testamento: «Atraer los pueblos de Indias y convertirlos a la Santa Fe Católica.» Lope de Vega ponía esto en labios de Hernán Cortés, gran conquistador de México (aunque medía 1,58 m.): “Al Rey, infinitas tierras, A Dios, infinitas almas.” (La Arcadia)

Así dice Gomá, “cuando el genio del gran navegante terminó su misión de descubridor, España siguió, un siglo tras otro, la obra de la conquista material y moral del Nuevo Mundo.”

“…esto es lo que hizo España (…) más que Roma al conquistar su vasto imperio; porque Roma hizo pueblos esclavos, y España les dio la verdadera libertad. Roma dividió el mundo en romanos y bárbaros; España hizo surgir un mundo de hombres a quienes nuestros Reyes llamaron hijos y hermanos. Roma levantó un Panteón para honrar a los ídolos del Imperio; España hizo del panteón horrible de esta América un templo al único Dios verdadero. Si Roma fué el pueblo de las construcciones ingentes, obra de romanos hicieron los españoles en rutas y puente (…)”

“La raza, dice Maeztu, no se define ni por el color de la piel ni por la estatura ni por los caracteres anatómicos del cuerpo. Ni se contiene en unos límites geográficos o en un nivel determinado sobre el mar. La raza no es la nación, que expresa una comunidad regida por una forma de gobierno y por unas leyes; ni es la patria, que dice una especie de paternidad, de sangre, de lugar, de instituciones, de historia. La raza, decimos apuntando al ídolo del [213] racismo moderno, no es un tipo biológico definido por la soberbia propia y por el desdén a las otras razas, depurado por la selección y la higiene, con destinos transcendentales sobre todas las demás razas.

La raza, la hispanidad, es algo espiritual que trasciende sobre las diferencias biológicas y psicológicas y los conceptos de nación y patria. Si la noción de catolicidad pudiese reducirse en su ámbito y aplicarse sin peligro a una institución histórica que no fuera el catolicismo, diríamos que la hispanidad importa cierta catolicidad dentro de los grandes límites de una agrupación de naciones y de razas. Es algo espiritual, de orden divino y humano a la vez, porque comprende el factor religioso, el catolicismo en nuestro caso, por el que entroncamos con el catolicismo «católico», si así puede decirse, y los otros factores meramente humanos, la tradición, la cultura, el temperamento colectivo, la historia, calificados y matizados por el elemento religioso como factor principal; de donde resulta una civilización específica, con un origen, una forma histórica y unas tendencias que la clasifican dentro de la historia universal.

Entendida así la hispanidad, diríamos que es la proyección de la fisonomía de España fuera de sí y sobre los pueblos que integran la hispanidad. Es el temperamento español, no el temperamento fisiológico, sino el moral e histórico, que se ha transfundido a otras razas y a otras naciones y a otras tierras y las ha marcado con el sello del alma española, de la vida y de la acción española. Es el genio de España que ha incubado el genio de otras tierras y razas, y, sin desnaturalizarlo, lo ha elevado y depurado y lo ha hecho semejante a sí. Así entendemos la raza y la hispanidad.