Buscas amar y entregarte totalmente. Las Sagradas Escrituras nos enseñan cómo.

La búsqueda del hombre en esta tierra consiste en hallar un camino para poder donarse totalmente en un amor verdadero con todo el caudal del que es capaz su corazón. Buscamos en dónde depositar totalmente nuestro ser, reposando en un Amor Verdadero, con mayúscula y sin defectos. Ciertamente, una búsqueda que no está exenta de caídas, obstáculos y equivocaciones pero que son parte de nuestro camino.

¿En dónde podemos buscar el auxilio para guiarnos? ¿Cuál puede ser nuestro parámetro? Es decir, ¿hacia dónde me lleva realmente ese deseo de elevar mi corazón tan fuera de mí? Hacia un hombre muy concreto e histórico que se llama Jesús de Nazareth, en quien Dios Padre ha querido revelar toda la plenitud e infinita riqueza de esa búsqueda, sea la vocación que tengas.

¿En dónde encontramos revelado a ese Jesús de Nazareth? En la Sagrada Escritura. Allí se revela el Corazón de Cristo, mientras que el nuestro va aprendiendo qué significa amar y entregarse. Entendiéndolo así, ¿cómo no querer beber diariamente de las Escrituras?

Hoy celebramos a San Jerónimo, a quien la iglesia ha llamado “el Doctor Máximo concedido por Dios en la interpretación de las Sagradas Escrituras” (Benedicto XV, Spiritus Paraclitus, 1). Es decir, debemos tomarlo como un guía seguro en nuestra búsqueda. Él escribía en el Prólogo a su Comentario a Isaías que “ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”.

Es particularmente importante si nos dedicamos a la evangelización. El Santo Padre dice en Evangelii Gaudium, 174: “Toda la evangelización está fundada sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización”. Y es que hacía Cristo a donde queremos orientar nuestro corazón, pero también indicárselo como la respuesta plena a esa búsqueda universal del ser humano. Eso es evangelizar.

Podemos resumir todo esto recordando que “nadie ama lo que no conoce”. Por lo tanto, para amar a Jesucristo, debemos conocerlo. Y lo conocemos a través de las Sagradas Escrituras. “Así como el Verbo se hizo carne en Jesucristo, el Verbo también –por así decirlo– se hizo letra en los Evangelios, porque quiso dejarnos documentos escritos, que nos transmiten los Apóstoles y la Iglesia, por la cual, de una manera verdadera, nos llega la verdad cierta acerca de Jesucristo”, escribe el padre Buela en El Arte del Padre[1].

Nuestro fin es el de los santos: amar a Cristo y hacerlo amar. Él es el protagonista de la historia de cada hombre, a veces un protagonista olvidado. Nuestra labor es glorificarlo en el sentido que San Agustín da a “gloria” y usa Santo Tomás: clara notitia cum laude, «celebridad (ser conocido) brillante con alabanza». Esa gloria es la que buscamos, la gloria de Dios, no la nuestra. Mientras más conozcamos a Cristo esto lo tendremos más metido en el corazón, y por ello en todas nuestras acciones y apostolados, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

Que María nos dé su Corazón Inmaculado para poder meditar toda la Palabra de Dios como Ella misma lo hacía, y que finalmente se resumía en una: Jesús. Allí está la plenitud que tanto buscamos, Él nos enseña a amar y entregarnos totalmente a Dios, a tiempo y a destiempo.


[1] Enchiridium Biblicum, 559: “al igual que la palabra sustancial de Dios, se hizo semejante en todo menos en el pecado, así las palabras de Dios expresadas en lenguas humanas, se han hecho en todo semejante al lenguaje humano, excepto en el error”.

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