Gracias a todas las mujeres que sirven a la iglesia con amor, a ejemplo de estas mujeres del evangelio junto a María. Gracias a todas aquellas que sostienen a las vocaciones con sus oraciones y «con sus propios bienes». Dios les tenga en cuenta cada vaso de agua dado por amor a Él.
(Lc 8, 1-3): En aquel tiempo, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.
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Meditábamos estos días acerca de la cruz de Cristo y a María al pie, mostrando lo que significa entregarse totalmente a Dios, a no negarle nada. Como una buena mamá, con su ejemplo, enseña a sus hijas cómo comportarse con su Esposo: elegirlo otra vez cada día en cada cosa, sobre todo las más cotidianas porque allí está la santidad: hacerlas totalmente, exclusivamente y para siempre, como con sabor a eternidad. Como María y las servidoras.
Por eso, San Juan Pablo II, en la carta apostólica “Mulieris dignitatem”[1] de 1988, decía que en el seguimiento de estas primeras servidoras del Señor “se expresaba con fuerza la respuesta de la Iglesia-Esposa al amor redentor de Cristo-Esposo”. Lo recalca Benedicto XVI: “los Evangelios nos informan que las mujeres, a diferencia de los Doce, no abandonaron a Jesús a la hora de la Pasión.”[2] ¿Por qué no lo abandonaron? Porque habían tenido un encuentro personal con Cristo y “habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades” dice el evangelio. En otras palabras: ¡porque han sido resucitadas! Como cuando uno acude al sacramento de la confesión con total humildad, renovando su fidelidad.
Así lo explica San Juan Pablo Magno: “esta verdad se confirma de manera particular en el misterio pascual, no solamente en el momento de la crucifixión sino todavía más al amanecer del día de la resurrección. Las mujeres son las primeras en estar junto al sepulcro. Son las primeras que lo encuentran vacío. Son las primeras en oír: «No está aquí: ha resucitado, como había dicho» (Mt 28,6). Son las primeras en abrazar sus pies (Mt 28,9). También son las primeras llamadas a anunciar esta verdad a los apóstoles (Mt 28,1-10; Lc 24,8-11).”
“¡Pero yo soy la más pecadora en la comunidad, he cometido esto y mil veces caigo. No llegará mi conversión jamás!” Pero mira a Magdalena, la más pecadora y la más santa. ¿Acaso Jesús no es el mismo? ¿Acaso su amor no podrá contigo? Benedicto XVI: “Es precisamente a ella a quien santo Tomás de Aquino reserva el calificativo único de «apóstol de los apóstoles», y añadiendo este bello comentario: «Así como una mujer anunció al primer hombre palabras de muerte, así también una mujer anunció a los apóstoles palabras de vida».”
Si aún te consideras poca cosa para tan gran misión. Recuerda la “nada” que tenía una mujer que ni siquiera aparece aquí. Es la pobre viuda, que hizo resonar esas dos monedas en el Sagrado Corazón. Tanto que le hizo decir admirado: “pues todos echan de lo que les sobra; pero ésta, de su miseria, ha echado todo cuanto tenía, todo su sustento.” (Mc 12,44) Eso es lo que Dios nos pide, entrega total en medio de nuestra miseria.
Una mujer enamorada de Cristo es un ejemplo vivo de “sequela Christi”, con su ejemplo arrastran muchas veces a los hombres que abandonan a Jesús, sea en la Pasión o en la Iglesia doméstica. Cristo quiso venir al mundo a través de una mujer, quiso que las mujeres lo sirviesen y que no lo abandonen, quiso resucitarlas y anunciarles a ellas esa verdad. Dios no cambia, si pudo esculpir santas del barro de la Magdalena, podrá hacer mucho más con un alma entregada totalmente.
[1] https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1988/documents/hf_jp-ii_apl_19880815_mulieris-dignitatem.html
[2] https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070214.html