Hay cosas que aprendemos en la vida y son muy útiles, como cocinar, manejar un auto, aprender a estudiar, a usar una computadora o un celular… Sin embargo, no son esenciales para nuestra vida. Podríamos vivir sin saber nada de eso. De hecho, la humanidad ha sobrevivido por siglos sin varios de estos conocimientos.
Por otro lado, hay conocimientos que sí son esenciales para nuestra vida -y no hablo de operaciones físicas como el respirar-, sino de un saber más profundo, como por ejemplo: poder reconocer lo bueno de lo malo para decidir bien, el aprender a perdonar o el poder amar ordenadamente. La dificultad viene aquí: aunque estos conocimientos son esenciales a nuestra humanidad, sin embargo, no son innatos -no vienen de fábrica- sino que debemos adquirirlos en el transcurso de nuestra vida para poder vivirla en plenitud.
Uno de aquellos conocimientos esenciales y que no nos vienen “instalados” tiene que ver con el sufrimiento. Creo que podría entenderse en tres etapas: primero, el aprender a enfrentar adecuadamente aquello que no nos gusta; segundo, reconocer que no todo sufrimiento es malo, por el contrario, puede ser muy bueno; tercero, una vez conocido y amado, aprender a no soltarlo. En otras palabras: aprender a cargar la cruz, amándola tanto que no la sueltes por nada. Esto es lo que los santos llaman “la ciencia de la cruz”.
Decíamos que las cruces son esenciales para nuestra vida por dos motivos:
En primer lugar, porque son parte de nuestra vida natural. ¿Por qué? Porque somos seres creados, es decir, no somos Dios, y encima somos seres materiales. Por lo tanto, somos imperfectos y falibles, podemos fallar. Así pueden fallar nuestras decisiones, puede fallar nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestra salud, nuestra vida, nuestras pasiones. No las podemos evitar.
En segundo lugar, porque son parte de nuestra vida sobrenatural. Hemos heredado el pecado de Adán, tenemos esta tendencia comprobada a evitar las cruces, querer quedarnos con las que me gustan y huir de las otras. Hacemos muchas veces el mal que sabemos que no podemos querer, pero lo queremos más que el bien que conocemos como verdad. Para ordenar este cambalache espiritual y salvarnos de nosotros mismos, vino Jesús. Y vino a salvarnos no en una cruz, sino en una vida entera en cruces. Él las eligió y así nos dio ejemplo de no elegirnos nosotros para elegir solo a Dios para poder llegar a nuestro fin, a la plenitud de nuestra existencia: unirnos a Dios.
Si bien la cruz es algo esencial, hay que recalcar que amar el sufrimiento por el sufrimiento sería un desorden. A nosotros no nos interesa la cruz porque duela o pese, sino porque allí está Cristo y Él es quien nos ha enseñado a abrazarla y a morir abrazado a ella por amor a Dios. Que la Virgen de los dolores nos enseñe y nosotros aprendamos a enfrentar el sufrimiento, a elegirlo como medio salvífico y a no soltarlo nunca por amor a Dios. Es decir, a quedarnos al pie de la cruz como nos enseñó nuestra Madre.