En una ocasión, los fieles de una parroquia se enteraron de que su párroco iba a ser cambiado. Creo que alguna vez nos ha pasado a todos, imaginen los sentimientos que se suscitaban entre los fieles: tristeza, expectativa, esperanza, molestia, alegría, etc.
Conocí a una parroquiana, una de esas mujeres mayores que han dado la vida por la parroquia y que están siempre dispuestas a colaborar con el párroco. Conversando con ella me quedó marcada una frase que dijo: “¡Qué pena, tanto esfuerzo por nada!”. Sorprendido, me quedé pensando en lo que acababa de decir. Me pareció una frase perfecta -aunque equivocada- porque sintetizaba ideas y emociones que es común que ataquen a laicos, aunque también a religiosos, sacerdotes y obispos.
Yo le expliqué que, en primer lugar, no debemos considerar al párroco saliente y al nuevo párroco como rivales en una competición. ¡Somos todos parte de la Iglesia, parte del Cuerpo Místico de Cristo! Puede ser que tengan modos distintos de hacer apostolado y diferente personalidad, pero no quiere decir que sean enemigos con un bando de fieles distinto… Si bien, siendo realistas, esta situación que no debería existir, a veces se da. Pero no podemos usar ese criterio errado como principios de acción. Hay que trabajar por la iglesia, por Dios, no por un sacerdote o una congregación en particular. Nuestra mira debe ser cada vez más sobrenatural.
En segundo lugar, si es que algún esfuerzo realizado en nuestra vida se ha hecho por Cristo, nunca “es por nada”… ¡aunque no se haya tenido éxito! Siempre tendrá fruto. Más aún el esfuerzo hecho por los fieles que trabajan comprometidos por la iglesia. Lo hacen por amor a Dios, para ser consecuentes con su fe, para cumplir la voluntad divina, para que la fe se traduzca en obras… todo eso tiene frutos de santidad. Cada ladrillo puesto en una parroquia, cada pintada, cada banca, cada pollada, adobada, kermesse hecha para construir la parroquia, está hecha para Dios. Y, como siempre repetía mi padre espiritual, “Dios no se deja ganar en generosidad”.
Pueden sacarse más reflexiones sobre esta frase y esta situación tan común. Pero esto dos fueron los que rondaban el alma en esa ocasión. Espero que les sirva para recordar que somos todos parte de la iglesia, que debemos trabajar en caridad por el Reino de los Cielos y poner nuestro corazón y esperanza solo en Dios. Nuestro éxito y nuestra corona está en el Cielo. El Cielo siempre tendrá como antesala algún Calvario – pensado amorosamente por Dios – para nuestra propia maduración en la fe, todo esfuerzo por subirlo nunca será «por nada», será por el Todo, lo Único necesario, estar en el Cielo lo más cerca que podamos de nuestro Buen Jesús y de su Santa Madre.