Decía un chico que «la santidad consiste en decir siempre que sí a Dios». Y, al preguntar a una niña que se acercaba a su Primera Comunión: «¿Qué vas a pedir a Jesús en ese día? —Ser una santa— ¿Sabes qué es una santa? —Sí; cuando uno le da todo al Señor».
Darlo todo significa ser fiel a las gracias actuales: decirle que sí cuando tengamos una inspiración, una llamada de Dios ya sea a hacer algo para unirnos más a Él o no hacer algo para que no nos alejemos de su voluntad.
Ser fiel a las gracias actuales requiere: generosidad, entrega, sacrificio, martirio, muerte… y, aquí el problema, esto finalmente involucra vencer el miedo. Porque el miedo, si no es vencido, termina por vencernos y no podremos ser fieles a las gracias actuales y darle todo al Señor. En otras palabras, no seremos fieles a lo que Él nos pida en cada momento, no le diremos que sí… y no podremos llegar a la santidad. Todo esto por un miedo a ser generoso con Dios, a morir a uno mismo por Dios, en definitiva, un miedo a que Dios no te responda como tú esperas.
Esto es lo que vemos en el evangelio en las tres oportunidades en las que Cristo se relaciona con distintas personas. Y esto mismo lo vemos en nuestras vidas cuando Dios nos pide hacer un acto de caridad con esa persona en particular y no lo hacemos, nos pide hablar con alguien para acercarlo a la parroquia y no lo hacemos, cuando en el trabajo o en la universidad tenemos que ir contra el aborto -más aún ahora- y no lo hacemos, cuando tenemos que manifestar nuestra postura al escuchar hablar del “mes del orgullo gay” y nos quedamos callados por temor a que nos rechacen, la violencia que suponen las películas que atentan contra la pureza de los niños y el derecho de educar de los padres -como Lightyear-… y más.
Lo “único” que Dios nos pide en esta vida es decirle que sí. Prov 23,26: “Dame, hijo mío, tu corazón y pon tus ojos en mis caminos.”
El P. Raúl Plus, SJ. Escribió un libro que se llama “Fidelidad a la gracia” y en él dice acerca de una de estas almas que pasaban por un periodo de miedo, que tenía “miedo al sacrificio”:
Es el miedo que todos sentimos cuando se trata de ejecutarnos (toda ejecución lleva consigo la muerte de algo en nosotros es siempre una «ejecución capital»).
Oigamos la descripción de ese miedo no ya de un joven de 19 años, sino de un prelado de gran categoría y verdaderamente «fuerte». El abate d’Hulst, de retiro en Clamart, y entusiasmado por la lógica progresiva del amor en los Ejercicios de San Ignacio, va a ofrecerse a la acción divina sin mengua ni reticencia alguna. Era un alma suficientemente viril para acallar todas las protestas de la naturaleza. Eso no obstante, la naturaleza protesta, lamentándose de antemano de las generosidades en que tendrá que consentir. D’Hulst escribe en sus notas (1872):
«Nuestro santo arzobispo se pregunta si es posible convertir Paris, y se inclina a pensar que sí. Yo lo afirmaría aún más, pero con una condición… con la condición de que todos los sacerdotes de París fuesen buenos y algunos santos… Deposité esta opinión y estos sentimientos a los pies de la Virgen; y pedí para mis hermanos el celo de la santificación. Entonces renació en mí esta pregunta que siempre me turba y me conmueve: ¿Por qué no pides eso para ti mismo? Tuve miedo de pedirlo, porque lo tengo de ser escuchado. Aquí está el punto sensible. Cuando me recojo seriamente y voy más allá de los ordinarios buenos sentimientos, me asalta esta pregunta, y sobreviene semejante miedo».
Ahí tenemos descrito al vivo, en un alma nada vulgar, el miedo a la entrega total, la inclinación a andarse con rodeos; el prurito, muy explicable, de soslayar el obstáculo en vez de procurar salvarlo. «Dios mío, preservadme de la tentación de la santidad», decía Santiago Rivière.
Por eso, trabajemos por ser generosos con Dios, a entregarnos totalmente a Él cada vez que nos lo pida. Si somos fieles a la gracia actual iremos rápidos y seguros por el camino de la santidad, el camino estrecho, pero finalmente es el único que da sentido a nuestra vida.
Que Nuestra Madre, Virgen Fiel, nos ayude a decirle siempre que sí, como ella misma lo hizo abandonándose totalmente al Señor porque confiaba totalmente en Él.