P. Luis de la Palma [1]
«No os sorprenda que Jesucristo sufriera tanto; quizá muchos hombres se han visto en situaciones más crueles, pero recordad: “No llames valiente al que más heridas recibe, sino al que más sufre por ellas”, y las soporta. Y nadie como Cristo tuvo un alma tan grande: su dolor fue a la medida de su amor; no comprendemos del todo su amor, por eso no comprendéis su dolor.
Jesucristo veía clara e íntimamente la esencia de Dios y, a su vista, vivía como arrebatado por el ansia de servirle, de amarle, con toda la fuerza inexpresable de su amor. Veía también todos los pecados cometidos por los hombres desde el comienzo del mundo, todos los que iban a cometer todavía contra Dios, y su dolor de ver ofender a la Divina Majestad era tan grande como grande era su deseo de que fuera bendecida y amada. No hay quien pueda comprender este amor, y así tampoco hay nadie que pueda alcanzar la hondura de su dolor.
Quizá hayáis leído que algunos hombres, tan amoroso arrepentimiento sintieron de sus pecados, que no cabiendo en ellos tanto dolor, perdieron la vida. Pensad: si una chispa de amor de Dios hizo morir así a algunos santos, ¿¡qué sufrimientos de muerte serían los que padeció el Señor, El, cuyo amor a Dios y a los hombres no tiene medida, es fuego eterno!?»
***
«También Jacob da un gran ejemplo de verdadero amor: siete años sirvió a su suegro Labán para poderse casar con Raquel. Y tenía tanto trabajo que de noche casi no dormía y de día no descansaba. Andaba con la piel quemada por el hielo y el sol. Y, a pesar de esto, siete años “le parecieron poco por el gran amor que sentía por Raquel”. ¿Qué le parecería a Cristo una noche de burlas y tres horas de cruz para conseguir como esposa a la Iglesia, y hacerla hermosa y sin ninguna mancha? Le parecería poco. Sin duda amó mucho más que padeció, y fue mayor el amor encerrado en su corazón que el sufrimiento que hacían ver sus heridas y sus llagas. Si lo que Dios le mandó hacer por todos los hombres se lo hubiera mandado hacer por cada uno, por cada uno lo hubiera hecho. Y si como estuvo tres horas en la cruz hubiera sido necesario estar allí hasta el fin del mundo, lo hubiera hecho, que amor tenía para todo.
Fue mucho menos lo que el Señor padeció que lo que amó y deseó padecer; si sólo esa muestra de su sufrimiento fue tan sorpréndete para muchos hombres, que “fue escándalo para los judíos y locura para los gentiles”. ¿Qué hubieran pensado si les hubiese dado otra prueba que mostrara toda la grandeza de su amor? La prueba de amor que nos dio ciega, en medio de tanta luz, a los que no creen; a los amigos, a los que conocen este amor, les deja pasmados cuando Dios les descubre este secreto, y les da a sentir este misterio; se deshacen en lágrimas, se abrasan de amor, les hace alegrarse en la tribulación y en el dolor, les da fuerza para acometer lo que todo el mundo teme, les hace desear y amar todo lo que Cristo ha deseado y amado.
Este fue otro motivo de alegría para el Señor cuando estaba, en aquella noche, en medio de golpes y burlas: veía, gracias al dolor que sufría, la imagen del mundo ya renovado, los hombres transformados de carnales a espirituales. Veía a los hombres que, al conocer lo que había sufrido por ellos, se encendían de amor por El, se hacían a su imagen y semejanza, despreciando el mal y deseosos de hacer el bien en el mundo.»
[1] Luis de La Palma, La Pasión del Señor en Obras Completas, BAC, 1967, pág. 174