Nuestra propia entrega

La oración sobre las ofrendas del miércoles I de adviento (hoy) dice:

Ayúdanos, Padre, a ofrecerte este sacrificio

como expresión de nuestra propia entrega,

para que así cumplamos debidamente

lo que tú mismo nos mandaste celebrar

y obtengamos la plenitud de la salvación.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Cada día debemos buscar razones para participar mejor que el día anterior. Pero hay dos enemigos de la participación eucarística[1] contra los cuales debemos combatir cada día. El primero es no tener una idea correcta de Dios – ateísmo práctico, diría el Padre Buela-. El segundo es la falta de amor: ya sea por no saber qué es el amor, sea por egoísmo, sea por no saber obrar por amor. Es decir, por no saber entregarnos. Porque «el hombre solo se realiza “en la entrega sincera de sí mismo a los demás”, como dice el Concilio Vaticano II (GS 24)».

1.       La entrega de Cristo y nuestra propia entrega

Esa “entrega” es la que se realiza en la santa Misa, como hemos escuchado en la oración que se usa hoy.

Hay alguien de valor infinito, Cristo, que se nos ha entregado totalmente. Hemos sido amados hasta el extremo. Como decimos en la consagración del pan y el vino, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, “ha sido entregado por nosotros”, “ha sido derramado por nosotros”.

Por eso, la Santa Misa es la entrega de Cristo en la cruz y consiste esencialmente en la consagración de las dos especies, pan y vino. Porque al separar sacramentalmente su Cuerpo de su Sangre, se representa su inmolación cruenta en la cruz. Y por medio de esa entrega en la cruz es que Cristo se entrega e inmola a su Eterno Padre, pero ahora de una manera sacramental.

En resumen, la Santa Misa es la entrega de Cristo por nosotros, si nosotros queremos participar mejor de la Santa Misa, debemos participar de esa entrega de Cristo: en primer lugar nuestra entrega al mismo Dios; en segundo lugar, nuestra entrega a los demás. Ambos son un sacrificio que debe ser conscientemente ofrecido para que tenga valor sobrenatural.

2.      La entrega de Cristo y la plenitud de salvación

Por ser la misma entrega de Cristo en la cruz es que la Santa Misa “tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la cruz”, dice el P. Royo Marín.

Son los mismos que los del sacrificio que nosotros podemos hacer, como acto supremo de religión, “pero en grado incomparablemente superior, por la grandeza infinita del sacrificio redentor”[2]. Los fines son: la adoración, reparación, impetración y acción de gracias.

La Santa Misa tiene como fin la adoración: “ofrecemos a Dios un sacrificio de valor infinito en reconocimiento de su supremo dominio sobre nosotros y de nuestra humilde servidumbre hacia Él, que es lo propio de la adoración de latría. Esta finalidad se consigue siempre, infaliblemente, aunque celebre la misa un sacerdote indigno y en pecado mortal. La razón es porque este valor latréutico o de adoración depende de la dignidad infinita del Sacerdote principal que lo ofrece y del valor de la Víctima ofrecida. Por eso se produce siempre, infaliblemente, ex opere operato (por la obra realizada, es decir, la Santa Misa).”

La Santa Misa tiene como fin la reparación: “tiene toda su virtud infinita y toda su eficacia reparadora. Claro que este efecto no se nos aplica en toda su plenitud infinita (bastaría una sola misa para reparar, con gran sobreabundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio), sino en grado limitado y finito, según nuestras disposiciones.”

La Santa Misa tiene como fin la impetración: A todas las oraciones que están en la Santa Misa, por medio de las cuales pedimos gracias a Dios, “añade la eficacia infinita de la oración del mismo Cristo, que se inmola místicamente por nosotros y está realmente allí «siempre vivo para interceder por nosotros» (Hebr 7,25). Por eso, la santa misa, de suyo, ex opere operato, mueve a Dios infaliblemente a concedernos todas cuantas gracias necesitemos, si bien la concesión efectiva de esas gracias se mide por el grado de nuestras disposiciones”.

La Santa Misa tiene como fin la acción de gracias: De hecho, “la palabra eucaristía significa acción de gracias. El sacrificio del altar es el sacrificio eucarístico por antonomasia, porque es el mismo Cristo quien se inmola por nosotros y ofrece a su Eterno Padre un sacrificio de acción de gracias que iguala, e incluso supera, a los beneficios inmensos que de Él hemos recibido.”

3.      Fines infinitos

Cada Santa Misa es principalmente un acto de entrega de Cristo hacia el Padre; y secundariamente un acto de nuestra propia entrega al Padre “por Cristo, con Él y en Él”. Para poder participar mejor de cada Eucaristía, es decir, adorar a Dios, reparar por los pecados, impetrar las gracias que necesitamos y agradecer a Dios por su misericordia; es necesario entregarnos diariamente a los demás como Cristo lo hizo en la Cruz.

Ayúdanos, Padre, a ofrecerte este sacrificio

como expresión de nuestra propia entrega,

para que así cumplamos debidamente

lo que tú mismo nos mandaste celebrar

y obtengamos la plenitud de la salvación.

Por Jesucristo, nuestro Señor.


[1] P. Carlos Miguel Buela, Nuestra Misa. p.13

[2] Royo Marín, Teología Moral para Seglares, Tomo II