Beato Miguel Agustín Pro (1/9): Un joven ardiente llamado al sacerdocio

De «Vida del Padre Miguel Agustín Pro». P. Alfredo Sáenz S.J.

Nació Miguel Agustín el 13 de enero de 1891 en Guadalupe, pueblo vecino a Zacatecas, en el corazón de México. Sus padres y familiares fueron ajenos la política partidaria. No es de extrañar, ya que el influjo que durante setenta años ejerció la euforia liberal en el poder, hizo que por lo general los padres de familias católicas, se vieran obligados a vivir poco menos que enclaustrados en sus hogares, sin ninguna expectativa basada en promesas electorales.

Poco diremos de los años juveniles del padre Pro, para concentrarnos referentemente en su actuación pública como sacerdote. Señalemos, si que durante su adolescencia mantuvo trato frecuente con los padres de la Compañía de Jesús, resolviéndose finalmente a entrar en la Orden fundada por San Ignacio. Ingresó, así, en el noviciado cuando tenía veinte años, en agosto de 1911. El noviciado se encontraba, por aquel entonces, en la hacienda El Llano, cerca de Zamora, un rincón apacible de México. En esos años la persecución arreciaba, a punto tal que los superiores resolvieron que los novicios se trasladasen a los Estados Unidos. La presenciaren dicho lugar, de numerosos estudiantes jesuitas norteamericanos, suscitó en Miguel la añoranza de su patria desgarrada. El doce de diciembre, día de Nuestra Señora de Guadalupe, así la recordaba:

¿A quién acudiremos en busca de consuelo, Sin patria, sin familia, sin techo y sin hogar, Sino a Ti, que dejaste tu trono allá en el cielo Por conquistar la patria que quisiste habitar?

Errantes y proscriptos, nos vedan, Madre mía, Volver a nuestra patria, que es patria de tu amor; Nos vedan que a tu lado pasemos este día; Nos vedan que a tus plantas pongamos una flor.

¿Qué importa que la muerte nos quite la existencia Sufriendo del destierro la amarga soledad, Si en medio de las penas sentimos tu presencia, Sentimos que tu manto nos cubre con piedad?

Terminado el noviciado los superiores lo enviaron a España, para proseguir allí sus estudios de humanidades y filosofía. En7920, al concluir la filosofía, según una costumbre que tiene la Orden de que sus estudiantes hagan dos o tres años de magisterio en algún colegio, fue destinado a la ciudad de Granada, en Nicaragua, donde pasó dos años, tras lo cual, lo volvieron a enviar a España, más concretamente a Sarriá, Barcelona, para iniciar allí sus estudios de Teología. En 1924tuvo el consuelo de hacer Ejercicios Espirituales en la Santa Cueva de Manresa, el lugar mismo donde San Ignacio fue inspirado por Dios para escribirlos. Luego lo mandaron a Enghien, pequeña población flamenca de Bélgica, para continuar allí sus estudios de Teología. 3O de agosto de7925 se ordenó de sacerdote.

No poco podríamos decir de éstos sus años de formación. Sabemos que se destacó enseguida entre sus compañeros. Miguel Agustín era un joven sanguíneo y algo impulsivo. Lejos de toda inclinación jansenista, le gustaban los platos apetitosos y picantes, las bebidas, los manjares, gozaba con la conversación, el trato alegre y despreocupado; amaba la música. Era un hombre-vida. Uno de sus rectores dejó dicho «que él sólo valía por unas vacaciones. Cuando adivinaba que alguno de sus compañeros estaba demasiado triste, iba a su cuarto, le charlaba un rato, le decía unas cuantas bromas, y se retiraba excusándose de haberlo molestado». Siempre fue así. Cuando estuvo en Estados Unidos pronto se hizo cercano a los norteamericanos, cuando en España, rápidamente se amoldó a los españoles. Se hacía todo a todos y así los ganaba a todos…

Más este simpatiquísimo mexicano llamó desde el comienzo la atención de quienes con él convivían por su profunda vida interior. Cuando estaba en la capilla, testimonian sus compañeros, clavaba su mirada en el tabernáculo. Allí vivía el Huésped habitual de su alma. Nada, pues, de extraño que se sintiera tan consolado cuando escuchó las conferencias que en enero de 1925 dio el padre Raúl Plus, ese hombre tan espiritual, sobre la inhabitación de Dios en las almas. Uno de los belgas, compañero suyo, que estuvo presente en una de las primeras misas que celebró Pro, escribiría: «Su transformación era entonces radical, se olvidaba de su carácter tan jovial. No se veía sino al ministro de Jesucristo, a Jesucristo mismo. Me decía a mí mismo: así han de orar los santos».

Pero más allá de su jovialidad y de su recogimiento, su corazón seguía latiendo en su amado México. Las noticias que le llegaban de su familia no podían dejar de impactarle: su padre, que administraba una mina, donde el joven Miguel había trabajado en sus mocedades, se había visto desalojado de sus bienes por las hordas de Carranza, teniendo que huir para escapar de la muerte; su madre, enferma, tuvo que trasladarse a Guadalajara. La Iglesia seguía siendo perseguida… A un compañero le contó: «¡Estoy feliz! El padre Provincial me platicó que en Orizáballos comunistas van llegando al colmo. Los obreros están soliviantados por sus líderes y su sindicato, de modo que amenazan con la muerte al cura que ose presentarse… El padre Provincial está determinado a no cerrar la residencia, pero me dijo que para esto necesitaba un sacerdote joven decidido al martirio. Yo le contesté sin vacilar: ¡Padre, aquí estoy yo!». Al terminar los Ejercicios que hizo en Manresa encontró la contestación del padre Crivelli, y le dijo a un compañero: «¡Estoy aceptado para el martirio!».

La salud de Miguel Agustín era muy endeble. Sufría intensos dolores en el estómago, debiendo por ello ser sometido a sucesivas operaciones quirúrgicas. Él hubiera deseado sanar «para volver a mi México y allí morir», decía. En Enghien su salud siguió deteriorándose, no dormía casi nada, se sentía inapetente, no podía casi estudiar ni rezar. El padre Picard, nuevo rector del teologado, al ver que no parecía haber medios humanos que resultaran eficaces, le escribió al Provincial de México por ver si el joven pudiese retornar a su patria. Tras recibir una respuesta positiva, así se lo comunicó al padre Pro: «Regrese usted para morir en su patria”, lo que reiteró al despedirlo: «Vaya a morir a su patria». Volvería, sí, para morir… pero para morir mártir. Antes de embarcarse, quiso pasar por Lourdes, como se lo había insinuado un compañero de estudios. Allí, tras invocar la ayuda de la Virgen, le pareció recuperar fuerzas. De hecho desplegaría en su patria, hasta el momento mismo de su martirio, una actividad prodigiosa. Ya al llegar se sintió mejor: «Como de todo y, sobre todo, duermo», dijo. Sus años de estudiantado en Europa mostraron que su fuerte no eran los estudios, campo en el cual se puede decir que sólo superó la medianía. Desde entonces se fue viendo que su campo de apostolado sería preferentemente el de los humildes, campesinos, mineros e incrédulos. Por eso siempre gustó, ya durante sus años de formación, dar clases a los empleados de la casa religiosa donde vivía. Se interesó asimismo en el apostolado con los obreros. León XIII había señalado la urgencia de la evangelización de los trabajadores. Justamente por aquellos tiempos había nacido en Bélgica una obra apostólica de envergadura, la JOC (Juventud Obrera Católica), con cuyos dirigentes entró en contacto. Al conocer esta inclinación, el padre Crivelli, su superior en México. le escribió al Padre General: «Permítame que haga una proposición a Vuestra Paternidad. Está ahora estudiando teología en Enghien. Bélgica, el H. Pro, pues lo envié allá para que en las vacaciones pueda dedicarse un poco al estudio de las cuestiones sociales. En realidad de verdad, no es el Hno. Pro un hombre dotado de extraordinario talento; pero, ciertamente, entre los que envío allí, es el de más sentido práctico».