Hermanos, no permanezcamos en la despreocupación y la relajación; no dejemos ligeramente, para mañana o aún para más tarde, para comenzar a hacer lo que debemos. “Ahora es la hora favorable, dice el apóstol Pablo, ahora es el día de la salvación» (2Co 6,2). Actualmente es, para nosotros, el tiempo de la penitencia, más tarde será el de la recompensa; ahora es el tiempo de la perseverancia, un día llegará el de la consolación. Dios viene ahora para ayudar a los que se alejan del bien; más adelante Él será el juez de nuestros actos, de nuestras palabras y de nuestros pensamientos como hombres. Hoy nos aprovechamos de su paciencia; en el día de la resurrección conoceremos sus justos juicios, cuando cada uno reciba lo que corresponda a nuestras obras.
¿Hasta cuándo esperamos decidirnos a obedecer a Cristo que nos llama a su Reino celestial? ¿No nos vamos a purificar? ¿No vamos a dejar de una vez este género de vida que llevamos para seguir a fondo el Evangelio?… Pretendemos desear el Reinado de Dios, pero sin preocuparnos demasiado por los medios a emplear para conseguirlo.
Aún más, por la vanidad de nuestro espíritu, sin preocuparnos lo más mínimo por observar los mandamientos del Señor, nos creemos ser dignos de recibir las mismas recompensas que aquellos que han resistido al pecado hasta la muerte. Pero ¿quién en tiempo de la siembra ha podido quedarse sentado y dormir en casa, y después recoger con los brazos bien abiertos las gavillas segadas? ¿Quién ha vendimiado sin haber plantado y cultivado la viña? Los frutos son para los que han trabajado; las recompensas y las coronas para los que han vencido. ¿Es que alguna vez alguien ha coronado a un atleta sin que éste ni tan sólo se haya revestido para combatir con el adversario? Y, por consiguiente, no sólo es necesario vencer sino también “luchar según las reglas”, como lo dice el apóstol Pablo (2Tes 114,5), es decir, según los mandamientos que nos han sido dados…