1. Introduccción
Desde hoy y hasta la primera semana de noviembre, la liturgia nos propone como primera lectura en los días de feria la Carta a los Romanos. Me parece una buena oportunidad para comenzar a conocer -al menos brevemente- los escritos del Apóstol y así prepararnos con más provecho para la Liturgia de la Palabra. Tendremos la ayuda de Giuseppe Ricciotti en su libro Las Epístolas de San Pablo. Traducidas y comentadas. (Madrid. CONMAR, 1953) y de Santo Tomás de Aquino en su Comentario a la Epístola a los romanos.
2. Las Epístolas
Según Ricciotti -exégeta fallecido en 1964- la lectura de las epístolas de San Pablo no es algo fácil, sin embargo, el entenderlas mejor es como llegar a una cumbre desde donde se puede contemplar horizontes incomparables (Cfr. Prefacio). Agrega el autor que “una meditación hecha sobre los escritos de Pablo vale por cuatro meditaciones sobre otros excelentes escritos”, y para comprobar la eficacia, nos recuerda que el quiebre del rechazo que San Agustín tenía a su conversión “provino de la lectura ocasional de un pasaje de Pablo (Confesiones, lib. VIII, cap. 12, § 29)”.
Explica Ricciotti que San Pablo se puede comparar a un corcel que tiene un bocado al cual obedece, pero que hay momentos en que suelta el ímpetu que lo caracteriza y da rienda suelta al estilo de su prosa zigzagueante. Ricciotti usa esta analogía, porque dice que el Apóstol escribe así, como los rayos de luz en donde no se pueden conocer la trayectoria lineal, sino cuando esta golpea con las superficies y cambia de dirección. También dice esto en cuanto a los conceptos, ya que es preciso recordarlos en su sentido original, de lo contrario sería como tener un mosaico al cual se le han caído varias piedrecitas.
Así, sea por el estilo o el uso de conceptos oscuros para nosotros, es que las cartas de San Pablo han sido siempre difíciles de comprender. Incluso, quien lo dice es el mismo San Pedro (2Pe 3,15-16): “creed que la paciencia del Señor es para nuestra salud, según que nuestro amado hermano Pablo os escribió conforme a la sabiduría que a él le fue concedida. Es lo mismo que hablando de esto enseña en todas sus epístolas, en las cuales hay algunos puntos de difícil inteligencia, que hombres indoctos e inconstantes pervierten, no menos que las demás Escrituras, para su propia perdición.”
3. Clasificación de las Epístolas según Santo Tomás
Santo Tomás propone un esquema sumamente útil para entender cómo están organizadas: “Pablo escribió catorce Epístolas, de las cuales nueve son para instrucción de la iglesia de los Gentiles; cuatro, para prelados y príncipes de la Iglesia, o sea, para reyes; una, para el pueblo de Israel, la dirigida a los Hebreos (1,1-2). Pues bien, toda esta doctrina es sobre la gracia de Cristo, que en verdad puede ser considerada triplemente:”
- De un modo, según es en la propia cabeza, o sea, en Cristo, y así es como se valoriza en la epístola a los Hebreos.
- De otro modo, según existe en los principales miembros del cuerpo místico, y así se aprecia en las epístolas dirigidas a los prelados. Instruye a los prelados de las iglesias, tanto a los espirituales como a los temporales.
- A los espirituales sobre la institución, instrucción y gobierno de la unidad eclesiástica en la Primera a Timoteo; sobre la firmeza contra los perseguidores en la Segunda. Lo tercero, sobre la defensa contra los herejes en la epístola a Tito.
- Y a los señores temporales los instruye en la epístola a Filemón.
- De una tercera manera, según existe en el propio cuerpo místico, que es la Iglesia, y así se estima en las epístolas dirigidas a los gentiles, en las cuales hay la siguiente distinción. Porque la misma gracia de Cristo puede ser considerada de tres modos.
- De uno, según ella misma, y así se considera en la epístola a los Romanos.
- De otro modo, según lo que es en los sacramentos de gracia, y así es como se estima en las dos epístolas a los Corintios, de las cuales la primera a los Corintios trata de los propios sacramentos, y la segunda, de la dignidad de los ministros. Y en la epístola a los Gálatas, en la que se excluyen los sacramentos superfluos, contra aquellos que querían agregar los antiguos a los nuevos.
- De un tercer modo se considera la gracia de Cristo según el sentimiento de unidad que realizó en la Iglesia.
- Trata el Apóstol primeramente de la institución de la unidad eclesiástica en la epístola a los Efesios.
- En segundo lugar, de su confirmación y progreso en la epístola a los Filipenses.
- En tercero, de su defensa contra los errores en la epístola a los Colosenses; contra las persecuciones del ahora en la Primera a los Tesalonicenses; y contra las futuras y principalmente en tiempos del Anticristo en la Segunda.
Y así queda patente la razón de la distinción y del orden de todas las epístolas. Pero parece que no es la primera la epístola a los Romanos; sino que, en efecto, parece que la primera que escribió fue la de los Corintios, según dice el mismo Pablo en Romanos 16,1: “Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas”, donde está el puerto de los Corintios.
Sin embargo, hay que decir que, aunque la epístola a los Corintios es la primera en el tiempo, se le antepone la epístola a los Romanos:
- por la dignidad de los Romanos, que dominaban a las demás naciones;
- porque en ésta se reprimía la soberbia, que es el principio de todo pecado, como se dice en Eclesiástico 16,15;
- y por otra parte porque esto lo exige también el orden de la doctrina: que primero se considere la gracia en sí misma que como está en los sacramentos.
4. La Carta a los Romanos
Dice Ricciotti que “[e]sta epístola fue escrita por Pablo en los tres meses de invierno que pasó en Corinto entre los años 57 y 58”. Aunque no estaba dentro de su proyecto inicial el ir a Roma, “revisó sus planes para el futuro y vio que su inminente viaje a España le brindaba ocasión de visitar, por fin, también Roma: sería una visita breve y de cortesía, como de paso (Rom 15, 24), pero esto no bastaba para apagar sus antiguos deseos. Los hechos, sin embargo, se desenvolvieron más adelante de manera bien diferente a la prevista por Pablo; pero ahora ya daba por segura esta visita de paso, y, en consecuencia, para preparar con anticipación su llegada a los cristianos de la Urbe, escribió la presente epístola.”
“Estas circunstancias externas son las que dan a la epístola su carácter particular. No es un escrito dirigido por Pablo a su propia comunidad, como, por ejemplo, la de los Corintios o los Gálatas, en las cuales el padre de la comunidad discute con los propios hijos sobre las tareas que les esperan, y enseña, amonesta, amenaza; aquí, por el contrario, nos hallamos delante de una exposición doctrinal genérica, casi falta de datos históricos contemporáneos, aplicable a cualquiera otra comunidad, supuesto que trata de las mismas bases de la fe cristiana”.
“Los argumentos, en efecto, son los siguientes: ¿Existe una salvación para la humanidad? ¿Se ofrece esta salvación en la Ley judaica? Y para los paganos que desconocen aquella Ley, ¿no hay salvación? ¿La Ley judaica presta la fuerza moral para el cumplimiento de sus propios preceptos? ¿La Ley por sí misma es fin, o más bien es una disposición transitoria que mira a una ordenación futura de índole más alta?”
5. Prólogo (1,1-7)
Hoy comenzamos leyendo el prólogo de la Carta a los Romanos. Propongo el comentario de Santo Tomás acerca de la primera parte del último versículo (1,7): “a todos los amados de Dios, llamados santos, que están en Roma, la gracia y la paz con vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo”.
“Se nos dice luego quiénes son, por el don de la gracia, las personas saludadas: los amados de Dios. En cuanto a esto lo primero que se dice es el primer origen de la gracia, el cual es el amor de Dios. Amó a los suyos; todos los santos están en sus manos (Deut. 33,3). En esto está el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios -se entiende que primero- sino en que El nos amó primero a nosotros (1Jn 4,10). En efecto, el amor de Dios no lo provoca bondad alguna de la creatura, como ocurre en el amor humano, sino que más bien él causa el bien en la creatura, porque amar es desear el bien para el amado; y la voluntad de Dios es la causa de las cosas, según aquello del Salmo 134,6: Todo cuanto le agrada lo hace.
Lo segundo que se dice es la vocación, cuando agrega: llamados; y ella es doble. La una, exterior, según la cual llamó a Pedro y a Andrés (Mat 4,19). La otra es interior, mediante interior inspiración. Os he llamado y no habéis querido (Prov 1,24).
Lo tercero, la gracia de la justificación, diciendo: llamados santos [santos por vocación], esto es, santificados por la gracia y los sacramentos de la gracia. (1Co 6,11) habéis sido lavados; habéis sido santificados; habéis sido justificados, para que seáis amados por Dios, llamados a ser santos.
Hay que recalcar que aquí “santos” significa “separado”, “segregado”, “apartado”. Hace referencia al término «asamblea santa», aplicada a los israelitas en el éxodo (Ex 12,16). “Los designaba como pueblo puesto aparte, consagrado a Yahvé (Lv 11,44; 19,2). Pablo halaga a los cristianos de Roma adaptando la expresión del AT e insinuando el nuevo sentido en el cual son ahora «llamados santos».” (Comentario Bíblico San Jerónimo)
6. Comentario
Todos nosotros somos amados por Dios de manera excepcional. Es Él quien puso en nosotros el querer y el obrar hasta hoy (Flp 2,13) en nuestro proceso de conversión. Este es el primer amor, ἀγάπη, el amor de benevolencia con el que Cristo amó al joven rico, un amor de donación y que es el amor que Él nos pide a cambio. Es un amor que no cambiará jamás, porque Cristo es Dios, y Dios es inmutable, no cambia[1]…pero nosotros sí.
Al inicio es fácil saber de dónde viene este amor, y saber dónde está. Pero a medida que uno se acostumbra a ser amado, es fácil olvidarlo y volverse un cristiano light. Puede ser que tengas amor a Cristo y que sigas en la vocación a la que Él te llamó, pero ya no es ese ἀγάπη. Así nuestro Señor nos reprocha en el Apocalipsis 2,4: Pero tengo contra ti que dejaste tu primera caridad.[2]
Una de las razones es porque nos olvidamos de que hemos sido llamados a ser santos, a apartarnos de todo y decir como San Juan Pablo II: “¡qué hermoso es estar contigo, dedicarnos a ti, concentrar de modo exclusivo nuestra existencia en ti!” (VC, 15).
Que San Pablo y San Juan XXIII intercedan por nosotros. Que la Virgen nos dé su Corazón para meditar y no olvidar estas verdades.
[1] https://hjg.com.ar/sumat/a/c19.html#a7
[2] Ap 2,4: ἀλλ᾿ ἔχω κατὰ σοῦ, ὅτι τὴν ἀγάπην σου τὴν πρώτην ἀφῆκας.