Mendizábal[1]
El espíritu de comodidad[2] induce a algunos a una medianía de vida, que justifican ilusoriamente insistiendo en la necesidad de discreción que evite todo extremo reprobable. Suele sugerirles, con falsa discreción, que la virtud fundamental es la caridad (lo cual es cierto) y en lo interior del corazón (también cierto). Pero con esta justificación ceden abundantemente a la comodidad, eliminando y despreciando los actos generosos exteriores, que deben expresar y ayudar a los interiores. Y acaban por mantenerse en una mediocridad.
Este mismo espíritu lleva a omitir la purificación radical del corazón, llevando a su víctima a contentarse con una observancia exterior, legal, mediana y discreta. Y aún en el desarrollo de las virtudes no penetra hasta el fondo de sus exigencias, circunstancias y conexiones vitales con la base fundamental de la persona.
Aduciendo que la virtud hay que ponerla en lo interior y que la mortificación más costosa es el cumplimiento del propio debe, caen en la ilusión de descuidar la penitencia exterior, que es camino y disposición para la compunción interior, y eliminan las mortificaciones más fáciles, que les dispondrían con la oración a la mortificación más costosa y perfecta, que es la interior de las pasiones y la del cumplimiento fiel de los propios deberes.
Igualmente, puede radicar en este espíritu de comodidad la ilusión que consiste en un aborrecimiento agudo de una determinado pecado o vicio (impureza, injusticia…), descuidando simultáneamente del todo la lucha seria contra otros aspectos y vicios que en realidad les tocan más de cerca en su vida; y desahogan sus pasiones en la defensa de esa virtud o con excusa de ella, dejándose dominar por la ira, por el odio y por los resentimientos personales.
La raíz de la facilidad hacia la ilusión está en el amor propio y en las tendencias de la naturaleza, en las cuales el tentador se apoya, bajo especie de bien, para introducir las situaciones de ilusión. Hay que tener siempre presente que la gracia no elimina las concupiscencias de la naturaleza caída. En el hombre existen, por tanto, ambas tendencias. Cuando el demonio ve que no tiene eficacia la inducción directa a pecados patentes, procura entremezclarse en los objetos y movimientos santos. Y creyendo el hombre que tiene rectamente a la virtud, en realidad es engañado astutamente por su sensualidad y por el demonio.[3]
[1] Luis M. Mendizábal. Dirección Espiritual. Teoría y Práctica. BAC, 1982. 2° ed. (pp. 242-251)
[2] p. 245
[3] p. 243