San Pío de Pietrelcina, presbítero
“¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?” preguntaba el incrédulo Herodes acerca de Jesús. El mismo Herodes que se burlaría de Cristo en medio de la Pasión antes de devolverlo al tribunal que lo condenaría a muerte.
Ya que Jesús, nuestro Maestro y Cabeza del Cuerpo Místico, fue humillado y condenado injustamente, aquellos que están dispuestos a seguir a Cristo, no pueden esperar menos. Porque “si esto hacen con el leño verde, ¿Qué harán con el seco?” (Cfr. Lc 23,31).
Un ejemplo de esta configuración con Cristo la encontramos en San Pio de Pietrelcina, “antes que un estigmatizado del cuerpo, es un estigmatizado del alma.”[1] Es decir, las señales externas de la Pasión que mostraba el -probablemente- único sacerdote estigmatizado en la historia, eran muestras de la Pasión interna a la que Cristo lo condujo para que dé más frutos de santidad.
En este sentido, el arzobispo de Bolonia, Card. Lercaro, decía en 1969: “el P. Pio no sufrió tanto por la Iglesia, como de la Iglesia”, y que “la configuración del P. Pio con Cristo se vuelve luminosa, sobre todo con el sufrimiento. Su vida es una pasión, y el acercamiento a los sufrimientos del Salvador son evidentes y comienzan con la incredulidad y las persecuciones de aquellos que deberían haber sido los primeros en comprenderlo y defenderlo. Mientras tanto, las multitudes humildes y sinceras asediaban el confesionario del Padre y acudían para escucharlo y hacerse curar sus enfermedades, porque de él salía una fuerza que curaba a todos…”.[2]
Monseñor Gagliardi, uno de los más agudos perseguidores, dijo ante la Santa Sede y Pío XI el 2 de julio de 1922: «Yo mismo lo he visto, lo juro, descubrí un frasco de ácido con el que se provoca las heridas y colonia para perfumárselas. El Padre Pío es un poseso del demonio y los monjes de su convento unos estafadores…». Esta fue una de las razones por las que el 16 de mayo de 1923, la Congregación del Santo Oficio (hoy la CDF) pronunció una condena oficial en la que se declaró que se negaba rotundamente el carácter sobrenatural de las gracias y los carismas del Padre Pío, y decía: «Se ordena al Padre Pío no celebrar Misa en público, sino en la capilla interna y no se permite asistir a nadie».[3]
Aunque más tarde esta sentencia fue revertida por revelarse el perjurio y calumnia contra el padre Pio, los sufrimientos que más le dolieron fueron las contradicciones que provenían de la misma iglesia. Sin embargo, jamás desobedeció ni habló mal de ella, como un buen hijo obedecería a la Madre más buena, sabiendo que todo lo que de ella proviene, es querido o permitido por Dios.
Así, cuando se lo intentaba trasladar a otro convento a escondidas, el padre Pio escribió a su superior: “Como hijo devoto de la santa obediencia, y en lo que de mí depende, obedeceré sin abrir la boca”[4]. Y cuando el padre P. Luigi D’Avellino, vicario provincial, fue a trasladarlo de noche, este supuesto fraile revoltoso y desobediente le dice: “Vamos donde usted mande, porque cuando estoy con mis superiores estoy con Dios”.[5]
Los estigmas del Padre Pío suscitan asombro y curiosidad por la obra de Dios. Cristo quiso participárselos para unirlo mucho más a su Pasión. Sin embargo, los estigmas son tan solo una pequeña muestra de una unión más íntima y profunda que previamente había logrado con Cristo en la cruz.
Pidamos al Padre Pio su intercesión para configurarnos con Cristo compartiendo su Pasión a través de las cruces que nos mande, de tal modo que sea Él quien viva en nosotros.
Dejémonos trabajar por Cristo y María, porque como decía San Pio de Pietrelcina: «Dios trabaja tu alma para alcanzar su fin maravilloso, que es consumar tu transformación en El.»[6]
1. Primera lectura
Comienzo de la profecía de Ageo (1,1-8):
El año segundo del rey Darío, el mes sexto, el día primero, vino la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote: «Así dice el Señor de los ejércitos: Este pueblo anda diciendo: «Todavía no es tiempo de reconstruir el templo.»»
La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo: «¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas? Pues ahora –dice el Señor de los ejércitos– meditad vuestra situación: sembrasteis mucho, y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota. Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria –dice el Señor-.»
Palabra de Dios
2. Salmo
Sal 149,1-2.3-4.5-6a.9b
R/. El Señor ama a su pueblo
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey. R/.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes. R/.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca;
es un honor para todos sus fieles. R/.
3. Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,7-9):
En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»
Y tenía ganas de ver a Jesús.
Palabra del Señor
[1] Francisco Sánchez-Ventura y Pascual, El Padre Pio de Pietrelcina (Zaragoza, 1976), p. 57
[2] Ibid., p. 1
[3] Leonardo López, Vida de San Pio de Pietrelcina (Guayaquil, 2019), p. 41
[4] Ibid. p.43
[5] Francisco Sánchez-Ventura y Pascual, p. 122
[6] Ibid. p. 56