Llamados a ser fieles

Dios nos ha llamado a la fe para ser fieles.

De ahí proviene la palabra fe o “fides” en latín, que en su raíz significa “fiar, confiar, fiarse”. Así deriva en fidelitas, confidentia, fiducia.

Nadie nos llama a firmar un pacto con intención de romperlo, nadie nos llama al médico para enfermarnos, nadie nos regala comida para desperdiciarla o nadie hace votos para no cumplirlos… de la misma manera, «nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la oculta debajo de la cama».

Así dice San Juan Crisóstomo: “Jesús incita a sus discípulos a llevar una vida irreprochable, aconsejándolos de vigilar constantemente su proceder, ya que están colocados ante los ojos de todos los hombres, como atletas en un estadio, vistos por todo el universo. (cf 1Cor 4,9).”

Hemos sido llamados a la fe, para ser fieles a Cristo, y que esa fidelidad sea pública. ¡Pública!

Que no quede encerrada en la casa, en la sacristía o en el convento (a menos que seas de vida contemplativa); sino que estamos llamados para que nuestra fidelidad sea pública para iluminar a los demás y arrastrarlos con el ejemplo de amor a Dios.

El Crisóstomo termina poniendo esta frase en labios de Cristo: «No digáis: ‘estamos tranquilos, metidos en este rincón de mundo’, porque seréis visibles ante todos los hombres como una ciudad edificada sobre un monte (cf Mt 5,14), como una lámpara que se pone en el candelero. […] Soy yo quien he encendido vuestra luz, pero vosotros tenéis que mantenerla, no sólo para provecho propio sino por interés de todos aquellos que os verán y serán conducidos por ella a la verdad. Las peores maldades no podrán echar ninguna sombra sobre vuestra luz si vivís como quienes están llamados a llevar a todos al bien supremo. Que vuestra vida responda, pues, a vuestro ministerio para que la gracia de Dios sea anunciada por todo el mundo.”


1.       Primera lectura

Comienzo del libro de Esdras (1,1-6):

El año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor, para cumplir lo que había anunciado por boca de Jeremías, movió a Ciro, rey de Persia, a promulgar de palabra y por escrito en todo su reino: «Ciro, rey de Persia, decreta: «El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de Judá. Los que entre vosotros pertenezcan a ese pueblo, que su Dios los acompañe, y suban a Jerusalén de Judá para reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén. Y a todos los supervivientes, dondequiera que residan, la gente del lugar proporcionará plata, oro, hacienda y ganado, además de las ofrendas voluntarias para el templo del Dios de Jerusalén.»»

Entonces, todos los que se sintieron movidos por Dios, cabezas de familia de Judá y Benjamín, sacerdotes y levitas, se pusieron en marcha y subieron a reedificar el templo de Jerusalén. Sus vecinos les proporcionaron de todo: plata, oro, hacienda, ganado y otros muchos regalos de las ofrendas voluntarias.

Palabra de Dios

2.      Salmo

Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6

R/. El Señor ha estado grande con nosotros

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,

nos parecía soñar:

la boca se nos llenaba de risas,

la lengua de cantares. R/.

Hasta los gentiles decían:

«El Señor ha estado grande con ellos.»

El Señor ha estado grande con nosotros,

y estamos alegres. R/.

Que el Señor cambie nuestra suerte,

como los torrentes del Negueb.

Los que sembraban con lágrimas

cosechan entre cantares. R/.

Al ir, iba llorando,

llevando la semilla;

al volver, vuelve cantando,

trayendo sus gavillas. R/.

3.      Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,16-18):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.»

Palabra del Señor