¿Estoy dando fruto?

El evangelio de hoy es preciso para todos aquellos que estaban acostumbrados a escuchar homilías, a ver conferencias en Youtube o a formarse usando los medios digitales. Aunque pueden ser bien usado, muchas veces nos exponemos a un exceso de información, que no asimilamos bien y que lamentablemente no tiene fruto en nuestra alma.

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Esta es la pregunta: todo lo que yo escucho en estas plataformas, todo lo que leo, ¿tiene fruto en mí? ¿La palabra de Dios que recibo… cambia mi vida en algún aspecto?

Puede ser que no, debido a que la escuchamos más por costumbre que por el dedicar un tiempo de intimidad con Dios; puede ser que no la comprendamos a profundidad; puede ser que no la hagamos parte de nuestra vida y, por ello, se nos olvide.

Al contrario, si queremos que dé fruto, es decir, que realmente eso que escuché transforme un aspecto de mi vida un -aspecto de mi día- entonces tenemos que escucharla bien, comprenderla con el corazón, profundizarla y no dejar que se ahogue durante el resto de la jornada, sino que penetre nuestra alma.

1.    Escuchar

En primer lugar, escuchar la palabra de Dios. Requiere silencio. Apartarse al menos 15 minutos al día para prestar atención a lo que Dios quiere decirte en ese momento, a las indicaciones que Dios te quiere dar para afrontar específicamente ese día. 15 minutos al menos para dejarte iluminar por Él. Entonces primero que todo, para dar fruto, para ser buena tierra hay que escuchar. No basta con escuchar simplemente un audio de Youtube, sino que hay que escuchar a Dios en la oración.

2.  Comprender

En segundo lugar, hay que comprender con el corazón aquello que escuchamos. Para ello nos hemos dispuesto entonces, dedicando a Dios un poco de nuestro día esos minutos, pero ahora hay que meditar lo que escuchamos, como dicen los santos padres al hablar de la lectio divina: hay que rumiar la palabra que hemos escuchado. Podemos consultar el catecismo, leer buenos comentarios o simplemente ayudarse de la homilía predicada por el sacerdote. Porque si no la comprendemos con el corazón, van a ser como unos minutos de eternidad -porque es palabra de Dios- sembrados en nuestra alma pero que el maligno los arranca como si nada fuesen. Él no se preocupa si es que nosotros escuchamos una homilía y no la comprendemos. El demonio sabe que somos muy débiles, muy duros de entender y muy duros de corazón. Por eso debemos hacer el esfuerzo de comprenderla.

3.   Profundizar

En tercer lugar, no basta con escuchar y comprender, sino que hay que profundizarla. Es decir, ver lo sobrenatural de esa verdad, sacar nuevos criterios de juicio acerca de la realidad. Deberían volverse verdades tan comprendidas con la razón y con la fe que no podamos dudar de ellas aunque el mundo caiga, aunque Dios envíe pruebas durísimas,  aunque veamos malos ejemplos o la enfermedad nos golpee. Sino que esa palabra que ya ha echado raíces tan profundas en nuestra alma, nos permita crecer, que nos haga madurar hacia el cielo. Entonces, en tercer lugar, hay que profundizar la palabra que escuchamos y meditamos, y así no caiga entre piedras.

4.  Recordar

En cuarto lugar, todo lo que hemos escuchado, meditado y profundizado, no debemos dejar que se ahogue con las espinas de la cotidianidad, con las preocupaciones, con los quehaceres, sino que hay que recordarla durante el día. Por ejemplo, al hacer el examen de conciencia a mediodía. También podemos sacar de la palabra que escuchamos o de la homilía, al menos una frase corta que nos permita recordar esas verdades aprendidas y que así podamos cambiar nuestro día. De esta manera no vamos a dejar que caiga entre espinas todo aquello que hemos escuchado meditado y profundizado, sino que lo recordaremos para que cambie realmente nuestra vida y tenga fruto en nosotros.

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Esta es la manera de ser tierra fértil: escuchar, meditar, profundizar y recordar la palabra, haciéndola parte de nuestra vida. Que no sea solamente un exceso de información lo que escuchamos en estas homilías o lo que podemos ver en otros medios, sino que realmente nos ayuden a ser santos, a dar todo el fruto que Dios quiere de nosotros.

No dejemos que el maligno nos arranque estas verdades, sino que las comprendamos con el corazón, que las profundicemos y que les hagamos parte de nuestra vida.