Oídos, corazón y boca

Son estos tres órganos que están relacionados en el desarrollo de nuestra espiritualidad. Ya que escuchamos la Palabra de Dios con los oídos, la meditamos en el corazón y -luego, como por rebalse- nuestra boca habla de Él. Es decir, juzgar la realidad adecuadamente, no según meros criterios humanos, sino guiándonos por los criterios divinos que hemos escuchado con los oídos y meditado con el corazón. Por eso dice Romanos 10,17: “Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo”.

El problema es que nuestros oídos reciben tanta información vacía y ajena a Dios, que terminan saturándose por estar llenos de nada. Por eso, necesitamos que Cristo nos diga con autoridad: “¡Efetá!”

Señor, necesitamos que nos destapes las ventanas de nuestra alma, para poder prestar oído a tu Espíritu, meditar con el Corazón de María tu Palabra y predicar sin tartamudear[1].

Nuestras familias necesitan palabras divinas que vengan del corazón del padre y de la madre, que dirijan los pasos de sus hijos apoyados en el auxilio del Cielo. Nuestros fieles desean escuchar a Cristo, no a los hombres. Ellos están buscando a pastores según el Corazón de Cristo, no según ideologías sociales.

Con razón decía San Gregorio Magno: «el predicador debe mojar su pluma en la sangre de su corazón; así podrá llegar también al oído del prójimo». Diríamos, el padre de familia y más aún el sacerdote debe mojar su pluma en la Sangre de tu Sagrado Corazón, para llegar al corazón de sus hijos.

¡Efetá! Necesitamos que nos quites esa barrera entre Tú y nosotros que han formado los criterios mundanos que lactamos sin percatarnos. Que podamos purificar nuestra mente, amando la verdad por sobre todas las cosas. La Verdad con mayúscula.

¡Efetá! Sobre todo, necesitamos que nos ayudes a oírte a ti mismo cada día en la oración y tenerte durante todo el día en el corazón. Porque bien decías que “el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo saca cosas malas de su mal tesoro, pues de la abundancia del corazón habla la lengua” (Lc 6,45).

No solo has puesto tu saliva en mi lengua, sino tu Sangre, Cuerpo, Alma y Divinidad en cada comunión. ¿Cómo no sanarnos?

Que te reconozcamos, Señor. Tú eres el Mesías.

María, Mujer del Efetá, ayuda a tus hijos a escuchar la Palabra, meditarla contigo en la oración y juzgar la realidad según los criterios de tu Hijo en la cruz.


[1] Le trajeron un hombre «sordo» y también con un defecto para hablar. El término que se usa para describirlo (mogilálon) lo interpretan los autores en dos sentidos: «mudo» o con un defecto para hablar: «tartamudo». La partícula que entra en la composición de la palabra (mógi) indica fatiga, dificultad, cortedad, más que un impedimento absoluto. Es verdad que los LXX traducen el «mudo» (elem) de Isaías (Is 25,6) por esta palabra, pero no consta que esté influenciado por este pasaje en el uso de esta palabra, en la versión griega de Isaías, pues era de uso tradicional (2 Rey. 5, 11). (Miguel de Tuya)