Todos te buscan… y yo, dejándote ir

¿Cuántos millones de personas de buena voluntad van por la vida buscando -de diversas maneras- sentirse amadas y aceptadas? ¿Cuántos desean finalmente poder gozar con una verdadera felicidad y en cambio terminan envueltos en vicios y adicciones? ¿Cuántos de ellos buscan un ideal que dé sentido a sus vidas y por el cual valga dejarlo todo? ¿Cuántos desean expulsar esos demonios que los atormentan?

Dice el evangelio: “Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.” (Lc 4,42) La gente lo anda buscando. Y nosotros lo tenemos.

El evangelista San Marcos (1,35) nos da más detalles: “De madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración. Salió a buscarle Simón y los que estaban con él, y cuando lo encontraron le dijeron: –Todos te buscan.”

Todos te buscan y nosotros te tenemos, porque estos lugares solitarios (los templos, conventos, celdas), son nuestros lugares y nos llamaste “para que estuviésemos contigo” (Cfr. Mc 3,14).

Te tenemos porque tu dijiste “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) y te quedaste en la eucaristía.

Te tenemos porque estás en la intimidad más profunda de tu inhabitación trinitaria en nuestras almas.

Nosotros te tenemos. Y no tenemos nada que temer.

La gente te busca sin saberlo, no te encuentra y se desespera. “Pero yo, como verde olivo, en la casa de Dios, confío en la misericordia de Dios” (Sal 51,10) “Te daré siempre gracias porque has actuado; proclamaré delante de tus fieles: «Tu nombre es bueno.»” (Sal 51,11).

Ahora no permitas que te deje ir. No te me vayas Señor.

Que te busque en la soledad de la oración.

Que te busque en la soledad del sagrario.

Que te busque en la intimidad de tu presencia en mí por la gracia.